Hora de tomarse en serio el smartwatch

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A finales de año se habrán vendido más de 100 millones de smartwatches en todo el mundo. Las interfaces conversacionales darán el salto definitivo que los situará en las muñecas de la mayoría.


En el principio de los tiempos, los smartphones eran caros, lentos, grandes, aparatosos y nadie sabía muy bien qué hacían. Y los que sabían lo que hacían tenían dificultades en explicarlo a los miembros del otro grupo.

Gracias a la magia del capitalismo y a sus múltiples hechizos, los smartphones fueron haciéndose más baratos, más rápidos, más livianos, ubicuos y todo el mundo empezó a comprender para qué le podían servir. Resulta irónico, pues, que una década después el “¿para qué quiero yo eso?” haya sido sustituido en nuestras bocas por el “¿has visto mi móvil? No sé dónde lo he dejado y lo necesito para…”, donde el final de la frase es completo con una miríada de labores: hacer una transferencia en el banco, hablar con alguien a 10.000 km de distancia, saber el tiempo de mañana, ver los resultados deportivos, jugar a un juego, comprobar mi pulso cardiaco, calcular hipotenusa de un triángulo rectángulo, decidir quién tiene razón en una discusión, ver una película, leer un libro o incluso escribir un artículo evaluando la historia de los mismos smartphones. O quizá no sea tan irónico.

Es cierto que nadie puede ver el futuro. Una imposibilidad tan grande como la constancia en equivocarnos al no conseguir ver los patrones del pasado, y aplicarlos al presente. Donde ayer alguien veía a dos locos que se iban a matar con ese pájaro hecho de hierros y madera, otros veían una revolución del transporte mundial. Donde otros veían armarios llenos de luces, otros veían la transformación de la sociedad si pudieran hacerlos suficientemente pequeños y baratos. Y hasta hace poco, en donde unos veían gente con demasiado dinero comprando un smartphone o una PDA, otros veían un cambio de paradigma en las comunicaciones.

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Batería, comunicaciones y potencia son los tres problemas de los smartwatches. Precisamente algo que la tecnología de consumo siempre ha superado

Es dudoso que los relojes inteligentes, o los dispositivos corporales en su conjunto, vayan a crear un cambio de paradigma similar al que crearon los smartphones. Pero el ser humano está excepcionalmente preparado para crear una necesidad de algo que hasta hace poco consideraba una extravagancia. Somos seres de costumbres sociales, simios que ven, copian, adaptan y mejoran.

Solo el tiempo puede enseñarnos hasta dónde pueden llegar los smartwatches en cuanto a potencia, duración de la batería y rango de comunicaciones. Precisamente son los tres problemas que la tecnología de consumo ha conseguido atajar siempre y sin excepción. Cualquier ejemplo de lo contrario, como los televisores 3D o, en menor medida, Google Glass fueron aupados por un público pequeño pero entusiasta sin preocuparse de varias de las “normativas sociales” que se entremezclan con el entretenimiento y la tecnología de consumo. Estas normas son meras construcciones artificiales que inventamos y adaptamos con el paso de los tiempo.

Las interfaces conversacionales les darán el empujón final. Debemos prepararnos para ir viendo a gente hablar y dar órdenes a su smartwatch de forma natural

Los smartwatches tienen poco de entretenimiento y mucho de utilidad, como los smartphones en su inicio. Las pantallas pequeñas y su intersección como complementos de moda, los hacen más que una tecnología de consumo simple y plana como un lector de BluRay.

Ya llevamos casi dos años con ellos, y las ventas aumentan y siguen aumentando. La evolución es clara con cada día mejores baterías, más aplicaciones y más elementos de comunicación. Serán el nuevo gran pilar que soporte las nuevas interfaces de comunicación. Una vez establecidos como tal, serán inseparables de nosotros. Quizá no estén en nuestra muñeca, quizá sean colgantes o quizá sean aparatos en nuestro oído. Pero estaremos en contacto con ellos siempre. Una vez se cree esta necesidad, la comodidad hará el resto y arrastrará a más y más millones de consumidores.

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