Noticia 23 cosas que sólo sabrás si has sido jugador desde hace 20 años (o más)

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Si llevas un buen puñado de años dándole a videojuegos, tantos como veinte o treinta, habrás vivido una serie de experiencias que los adolescentes de ahora ni siquiera pueden llegar a imaginar.

Si eres un adolescente y eso de lo de los juegos en formato cassette te suena raro, sigue leyendo porque te vamos a contar un puñado de cosas que muchos vivimos en su momento y que, por raras que suenen, nos marcaron y nos lo hicieron pasar bien.

A veces había que soplar los cartuchos


"A veces" quiere decir, en realidad, "si te dejabas los cartuchos de los juegos en cualquier parte". Si no ibas con algo de cuidado se te acababan colando migas de pan ahí dentro y tarde o temprano había que soplar. Algunos amigos míos eran tan descuidados que llegaron a encontrarse barras enteras de pan en sus cartuchos e incluso al propio panadero, el cual les saludaba alegremente apoyado en uno de los conectores. Yo, cuando daba por finalizadas mis sesiones de juego, ponía los cartuchos en un pedestal dorado situado en una habitación estanca. Todo con tal de no soplar.

Te sabías de memoria las combinaciones de trucos


En clase te costaba recordar los primeros elementos de la tabla periódica, por no hablar de algunas fórmulas matemáticas para resolver problemas más o menos complejos como conocer el nombre del gato del revisor de cierta estación teniendo en cuenta que dos trenes marchaban en direcciones opuestas y a distintas velocidades, pero las combinaciones de trucos de los juegos se te quedaban en la memoria como si alguien las hubiera tallado en tu cerebro de piedra. Sabías perfectamente qué secuencia de botones pulsar, en qué pantalla y en qué momento exacto para que el juego diera comienzo con vidas infinitas.

Te dolían los pulgares por culpa de la cruceta


Cuando nos tirábamos una tarde entera jugando, y cuando digo una tarde puedo estar queriendo decir también una noche, acabábamos con los pulgares resentidos por culpa de las crucetas. Al primo del amigo de la novia de un colega se le rompió el pulgar izquierdo en cinco o seis partes. O al menos eso es lo que me dijo el panadero que se quedó atascado en el cartucho de la prima del novio de una colega de clase y que siempre contaba historias demasiado buenas mientras te vendía las baguettes.

Dibujabas los mapas de los juegos con papel y lápiz

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Con boli también vale. La cuestión es que con aquellos malditos juegos que te querían liar con diseños de niveles laberínticos tenías que acabar dibujándote tú mismo el mapa para no acabar totalmente perdido y loco de remate (en mapstalgia tienen unos cuantos para que veas por dónde iba la cosa). Yo tenía un amigo que se llegó a tatuar el mapa del 'Knight Lore' en el muslo izquierdo usando un boli Bic Cristal que escribe normal. Con el Bic Naranja no, que escribe fino.


Los juegos eran más caros que en la actualidad. Al menos los de NeoGeo


Igual crees que esto es imposible, pero los cartuchos de la NeoGeo, la consola lanzada por SNK a principios de 1990, podían costar entre 25.000 y 50.000 pesetas, una moneda de la que según la edad que tengas ni siquiera habrás oído hablar. En euros estaríamos hablando de entre 150 y 300 euros por juego ¡a principios de los 90!

Pasabas un año entero con dos juegos... que ni siquiera finalizabas


Cuando Steam no se había inventado y tus padres no ganaban tanto como para poder regalarte juegos todos los meses, tenías que aguantar años enteros con un par de juegos o tres a los que volvías una y otra vez. Algunos te duraban mucho más de la cuenta porque te quedabas atascado en algún sitio, no porque fueran extremadamente largos. Si tenías la suerte de poder acceder a revistas especializadas igual acababas encontrando la solución en algún lado, incluso un código o un truco que te permitiera hacer algo de trampa. Todo eso si el juego no se te estropeaba antes, algo que podía suceder con facilidad si venía en formato cassette. O si se te colaban varias barras de pan en caso de cartucho.

Los gráficos no importaban


Lo de "los gráficos no importan" lo seguimos diciendo ahora, a pesar de tratarse de una de las mayores mentiras de la industria. Lo que sí es cierto es que los gráficos no son lo más importante de un juego, que es muy distinto. Por aquel entonces (mola decir esto sin especificar nada más, así cada cual se monta su película retro en la cabeza) realmente nos importaban un pimiento. Los desarrolladores estaban muy limitados por la tecnología y nosotros nos lo pasábamos bien con un pixel saltarín que supuestamente era una cebolla alienígena atrapada en el cuerpo de una mosca.

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Te aprendías los códigos para acceder a niveles concretos del juego


Cuando los juegos no guardaban partida ni tenían puntos de control, la única memoria disponible era la tuya. Si podías memorizar las combinaciones de botones para llevar a cabo trucos, también podías hacer un hueco en tu mente para almacenar secuencias de códigos que te daban acceso a las zonas que ya habías alcanzado. Y si no, siempre te quedaba la combinación mágica de lápiz y papel para dejar plasmados tus garabatos.

O dejabas la consola encendida toda la noche


Si no te aprendías los códigos de memoria ni te apetecía andar apuntando cosas en un papel (ya hay que ser gandul para ni siquiera levantar la mano y dibujar cuatro cosas), siempre te quedaba la opción de dejar la consola o el ordenador encendido toda la noche. Así, a no ser que se produjera un corte de luz traicionero durante tus horas de reparador y merecido sueño tras una intensa jornada como estudiante de EGB, podías levantarte la mañana del sábado para seguir por donde lo habías dejado. Y así hasta que te lo pasabas o te dabas por vencido y volvías a empezar de cero unas semanas después. Ahora también dejamos las consolas encendidas por las noches de vez en cuando, pero por motivos bien distintos.

Tu habitación era la discoteca


Eso de "la discoteca" me suena rancio a estas alturas (de hecho siempre me ha sonado así), pero me sé de muchos que utilizaban las primeras consolas en incorporar lectores de CD para escuchar discos a todo volumen (al que los televisores permitían, que no era nada del otro mundo. Y de la calidad de aquellos altavoces ni hablamos). ¿Que tenías una minicadena que no sólo leía discos en CD, sino que estaba fabricada expresamente para reproducirlos y escuchar música? Qué más da. Para algunos molaba más meter los discos en la Play.

Los tiempos de carga eran infernales


Hablo principalmente de los juegos en cassette, claro. Podías poner uno a cargar e irte a dar un paseo tranquilamente o a merendar. También podías quedarte a escuchar los pitidos y ruidos de la muerte que hacían estos juegos durante la carga mientras mirabas fíjamente al televisor de tubo donde tenías conectado el ordenador en un intento por viajar a un universo paralelo muy similar al nuestro pero con pequeños cambios. Años después te darías cuenta de que eso sólo hubiera sido posible con ayuda del Cortexiphan o bien usando un rudimentario portal inventado por Walter Bishop. Pero qué iba a saber tu yo de 12 años.


Alquilabas juegos para viciarte el fin de semana


Un día esperaste en la puerta del videoclub a que alguien devolviera la copia de 'Robocop' en VHS que se había llevado el día antes, pero no imaginabas que tarde o temprano acabarías alquilando juegos. Y cuando viste aquella nueva estantería llena de cartuchos para tu consola se te abrieron mucho los ojos, muchísimo, y soñaste por un momento con un extraño panadero que te sonreía y decía cosas que no entendías sobre migas de pan y soplidos. Un sábado por la mañana alquilaste tu primer juego (o quizás lo hizo algún familiar por ti) con la esperanza de pasarte todo el fin de semana enganchado. Y lo volverías a alquilar la semana siguiente después de haber apuntado los códigos que te permitirían seguir tu partida sin necesidad de empezar de cero. Porque eso había que pasárselo sí o sí.

El sprite era algo más que un refresco


Antes de que llegaran los juegos con gráficos poligonales, los cuales te parecieron el no va más la primera vez que los viste en el escaparate de la tienda de electrónica de tu pueblo pese a ser, en realidad, una cosa bastante horripilante por aquel entonces, los personajes de tus juegos favoritos eran en realidad sprites. Básicamente se trataba de mapas de bits utilizados para crear animaciones y fueron muy comunes en ordenadores como el MSX o el Commodore 64, dos de las pocas máquinas capaces de mostrar sprites reales.

Te fundías las monedas de cinco duros como si nada


Seguramente porque no teníamos que rompernos el lomo para conseguir estas monedas de cinco duros (25 pesetas, unos 0,15 euros), cuando nos metíamos en un salón recreativo lo hacíamos con un buen puñado de ellas en los bolsillos y no nos dolía mucho dejarlas caer por las ranuras de aquellas máquinas tan golosas. Estos antros no eran sino la representación terrenal del paraíso para los adolescentes ansiosos por descargar adrenalina pegando hostias en el 'Street Fighter' de turno o disparando metralleta en mano en la cabina del 'Operation Wolf'.

Monkey Island no es un juego de un mono saltando


Esto va por lo que he visto en el siguiente vídeo:


Rebobinabas los juegos con un bolígrafo


Los juegos en cassette había que rebobinarlos, como las películas en VHS. Seguramente tuviste que hacerlo al devolver aquella copia de 'Robocop' que esperaste para poder alquilar en su momento. Y si no lo hiciste, mal: una de las reglas de todo videoclub era "hay que devolver las películas rebobinadas". Corrían muchas leyendas sobre los motivos que llevaron al colectivo de los videoclubs a establecer esta extrañísima norma y las consecuencias de no seguirla al pie de la letra... pero volvamos a los juegos. Con cualquier bolígrafo, incluidos el BIC Cristal que escribe normal y el BIC Naranja que escribe fino, podías rebobinar los juegos. El reproductor de cassettes lo hacía más rápido, claro, pero déjame en paz.

Las revistas de videojuegos podían servirte de edredón


Tú ahora no te puedes tapar por la noche con una revista de videojuegos. Como máximo te serviría para ocultar tu cara del sol y echar una siesta en el sofá, de esas que sientan mal y te dejan desorientado y pensando por qué narices te has tenido que dormir tan tontamente. Hace años la situación era distinta. Había revistas como la MicroManía que eran tan grandes como tu cama. Para guardarla necesitabas un armario entero. Estaban los edredones, las mantas, las sábanas y las MicroManías.

Cambiabas tus juegos por otros con los colegas


Como si de cromos se tratase, cuando ya te habías pasado un juego y un colega tuyo estaba en la misma situación pero con un título distinto, el trueque era una buena opción. Hace 30 años el mercado de la segunda mano no tenía nada que ver con el actual. Además, éramos unos mocosos con los bolsillos vacíos (a veces se llenaban de monedas de cinco duros, casualmente cuando íbamos a ir a algún salón recreativo) y con muy poco margen de actuación. Por alguna extraña razón no nos dejaban conducir con 8 o 9 años de edad.

Ediciones especiales... que eran muy especiales


Nos hemos malacostumbrado. Las ediciones especiales de ahora no son ni especiales ni nada si no incluyen al menos una figura a tamaño real de un triceratops, caja metálica, posavasos, pendrives de colores, réplicas de ametralladoras a escala 1:1 o bustos tallados en mármol. La cosa era distinta hace unos años y debíamos dar gracias a los dioses del Olimpo cuando un juego incluía una pegatinica o un póster. Saltábamos de alegría y gritábamos al más puro estilo Niño de la SixtyFour:


En algunas tiendas los juegos estaban entre las lavadoras y las vajillas de porcelana


De nuevo, nos hemos acostumbrado mal. Ahora tenemos tiendas especializadas, grandes superficies que en su interior esconden tiendas especializadas e incluso grandes superficies que en su interior esconden tiendas especializadas además de sus propias zonas dedicadas a los videojuegos. Antes lo más común era toparte con los juegos amontonados de cualquier forma entre la sección de electrodomésticos y la de menaje del hogar.

¿Conexión a Internet en las consolas? Brujería


Si viajamos unas cuantas décadas al pasado y le decimos a nuestro yo de 10 o 12 años que las consolas llevarán conexión a Internet seguro que nos da una patada en la entrepierna y nos lanza escaleras abajo. Primero habría que explicarle lo que es Internet, claro, tarea que igual no es tan sencillo como parece, y luego prometerle que muchos de los juegos del futuro (del suyo) no podrán ser jugados a no ser que la consola esté conectada. Le sonará poco menos que a brujería.

Los mandos tenían una cruceta y dos botones


Con una cruceta y dos botones éramos los tíos más felices del mundo. No necesitábamos más porque no estábamos pensando en ir más allá de lo que los propios juegos ofrecían: poder mover al personaje, poder saltar y poder golpear era lo máximo a lo que podíamos aspirar. Cruceta, botón 1, botón 2. Los mandos de ahora llevan 25 botones, 15 gatillos, crucetas, paneles táctiles, micrófonos, altavoces, salidas para auriculares, luces de colores, sticks, microondas, panificadoras, ollas a presión y más cosas con el objetivo de complicarnos la existencia.

Los juegos no siempre fueron a todo color


Es más, durante algún tiempo se estilaban los monitores de fósforo verde que le daban a todo un toque de uniformidad y aburrimiento que no te quiero ni contar. Al menos con los televisores de tubo podíamos ver los dos o tres colorcillos con los que desarrolladores habían querido salpimentar sus juegos. Unos colores que a veces se traspasaban del personaje a los escenarios como por arte de magia, algo que, en realidad, nos importaba un pepino mandarino.

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La noticia 23 cosas que sólo sabrás si has sido jugador desde hace 20 años (o más) fue publicada originalmente en Vidaextra por Alex CD .









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