
Dentro de unos años apenas recordaremos con exactitud las novedades del MWC 2015. Algo más perenne es entender su legado, las tendencias que deja.
Alguien dijo que "la cultura es el poso que queda tras olvidar todo lo aprendido". En un Mobile World Congress vemos centenares de productos, de servicios y propuestas, miles de pequeñas historias que conforman cada edición anual de esta feria. Dentro de un tiempo, no demasiado, nos costará cada vez más recordar con exactitud qué se presentó en determinada edición anual. Será más fácil entender el legado de una edición mirándola desde mucho más lejos, alejándonos tanto de Barcelona como de 2015. Ahí van algunas pinceladas:
Una nueva Samsung. Algunos de los principios en los que se sostenía Samsung para sus Galaxy eran mantener la batería extraíble, el policarbonato o la ranura microSD. Todo eso ha volado por los aires. Para acompañar, han sabido recular con la propuesta del Note Edge: el S6 Edge tiene curvas mucho más suaves, con menos funciones impuestas y vuelve a ser simétrico. ¿La respuesta? Quizás la mejor acogida que se recuerda a un Unpacked. En la misma feria, el stand de Samsung era una fábrica de reconfortante estupor cuando veían a la prensa probar los S6 y S6 Edge: "Míralos, están alucinados, es increíble, está todo el mundo encantado", pude oír.
Adiós a la HTC que conocemos. La HTC de los móviles, y sólo móviles, no va a volver al menos en un tiempo. Sus malos números le han obligado a buscar un plan B. Un plan como el de Sony, Samsung, LG y compañía, que en caso de que lleguen las vacas flacas a Mobile tienen mucha más electrónica en la que sostenerse. HTC ha tirado por un catálogo de dispositivos en torno a un estilo de vida móvil. Un casco de realidad virtual, una pulsera cuantificadora, una cámara de acción con vocación de selfiemáquina...
La realidad virtual, ahora sí. Oculus abrió el melón y otros se han ido sumando poco a poco, bien con su propio camino bien con alianzas con otros. Parece que el factor diferencial respecto a otras apuestas fallidas ha sido la posibilidad de poder contar con una pantalla con suficiente calidad y densidad de píxeles, que ya tengamos con nosotros. Exacto, el smartphone. Se reducen costes, la tecnología ya está lista, es más fácil de vender y de desarrollar, en definitiva.
Operadoras que quieren ser tecnológicas, tecnológicas que quieren ser operadoras. En el primer caso hemos visto muchos más proyectos fallidos que acaban en nada que éxitos. Como cuando las tres grandes operadoras españolas (o sea, el 30 % de la población se quedaba fuera) acordaron crear Joyn para plantar cara a WhatsApp. La cosa salió verde y con ancas. No fue la primera ni la última, aunque también existen apuestas honrosas que tienen un futuro brillante como la de Telefónica con Movistar TV, Series y compañía. En el segundo caso, vemos la amenaza de gigantes que cuentan con la simpatía de comunidades de millones de usuarios que ahora quieren meterse en el negocio de la tarificación. Por supuesto, las operadoras se quejan. Están en un centro incómodo: ya no controlan lo que pasa a través de sus tuberías como hace 10 años. La época de Movistar Emoción, Vodafone Live! y Orange World terminó para dar paso a tiendas de aplicaciones y OTT's cuya disponibilidad en una plataforma llega a marcar su futuro comercial, caso de WhatsApp en España y América Latina, por ejemplo. La guerra va para largo.
Cuando los fabricantes se dieron cuenta de que los wearables no pueden ser tratados como meros gadgets, sino que hay un componente de moda. Samsung por ejemplo fue de las primeras cuando empezó a aliarse con firmas de moda y accesorios como Tous para dar otro toque a sus productos. Los primeros LG, incluso los primeros Samsung (Gear, Gear 2, Gear Live, etc), como tantos otros, eran productos negros, de plástico, sin alma alguna, sin preocupación por la estética más allá de juntar componentes tratando de que se pareciera a un producto único.
Todos quieren ser la plataforma de pago móvil. Por un lado, Apple con Apple Pay aprovechando que controla tanto el hardware como el software. Por otro lado, un Android Pay que depende de que los miles de terminales en el mercado que lo incluyen sean capaces de ejecutar el servicio. Por otro lado más, fabricantes que reclaman su parte del pastel como Samsung con una herramienta propia... pero que sólo sirve a futuro, con terminales presentados de ahora en adelante, a cuentagotas. Mientras tanto, se destapa que el fraude en estos pagos móviles está en torno al 6 %, una cifra altísima. Y lo que es peor: ya no depende directamente de los fabricantes.

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