Mr. Bean, el insólito personaje creado por el actor inglés Rowan Atkinson, cumple 25 años. Es momento de celebrar a este icono de la comedia británica.
Hay personas que confunden el humor que se basa en lo físico con el humor poco inteligente, es decir, si una comedia no se sirve de dimes y diretes ingeniosos para provocar la hilaridad, no les vale. De ese modo, gran parte de las películas de Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd, por pura necesidad, no les hacen ninguna gracia. Y lo cierto es que también puede haber ingenio en la comedia física; no hablo de mamporros y trastazos estúpidos, sino de toda una planificación concienzuda, casi una coreografía, que con lo insólito de sus movimientos, gestualidad y enredos nos mueva a troncharnos de la risa.
El actor británico Rowan Atkinson es el último gran mimo que nos ha dado la profesión, y Mr. Bean es su personaje más inolvidable. Amado por muchos y detestado por muchos otros, que probablemente no lo comprenden, ha hecho las delicias de gran parte del público durante el último cuarto de siglo.
Un hombrecillo inglés que provoca auténticos desastres
En 1990 se estrenó la serie que inmortalizaría a este personaje torpe, mezquino, excéntrico e infantil pero sin un pelo de tonto, que lleva su propio nombre, Mr. Bean, y entre cuyos guionistas cuenta con el conocido Richard Curtis, autor de los libretos de películas tan populares como Four Weddings and a Funeral (Mike Newell, 1994) o Notting Hill (Roger Michell, 1999) y director de otras como Love Actually (2003) o About Time (2013), que ya había escrito guiones con y para Atkinson en The Black Adder entre 1983 y 1999. En principio, la serie contó con 17 episodios hasta 1995, en los que Mr. Bean lograba sacar de quicio toda una serie de situaciones cotidianas, pero en 2007 y en marzo de este 2015 se le añadieron un par más, “Mr. Bean’s Wedding” y “Funeral”, que fueron bastante menos brillantes que los anteriores.
Además, en 1997, Mel Smith dirigió su primera película, Bean. The Ultimate Disaster Movie, con guion del mismo Curtis y de Robin Driscoll, otro de los autores de la serie original, y obtuvieron un resultado digno, en ocasiones a punto de descarrilar en el ridículo o la inverosimilitud y reciclando algún sketch de la serie, pero con algunas buenas escenas y secuencias inspiradas y hasta una banda sonora fenomenal que compuso Howard Goodall como ya se había encargado de la de los episodios. Peter MacNicol (Sophie’s Choice, Alan J. Pakula, 1982) fue una gran baza como David Langley, el sufrido contrapunto de Mr. Bean. Y en 2007, Steve Rowan Atkinson tiene medidos y estudiados cada uno de sus ademanes y expresiones para manifestar lo que desea sin decir ni mu y provocar la más inesperada hilaridad en el público cuando interpreta a Mr. BeanBendelack se hizo cargo de la fallida segunda película, Mr. Bean’s Holiday, que también fue escrita, entre otros, por Driscoll, la cual con su título pretendía recordar a Jacques Tati, otro gran mimo del cine francés, a su personaje más notorio y Les vacances de M. Hulot, y que lo único que consiguió fue alejarse casi por completo de la esencia primigenia de Mr. Bean y de sus sencillas y calamitosas circunstancias, salvo en momentos muy puntuales, y acabar descalabrándose con estrépito.
Muy alabada fue la intervención de Atkinson y su inepto hombrecillo en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, dirigida por Danny Boyle, responsable de filmes como Trainspotting (1996) o Slumdog Millionaire (2008), con una divertida parodia de la oscarizada película Chariots of Fire (Hugh Hudson, 1981), parodia a la que se llamó Isles of Wonder. Y hace unos días, para celebrar los 25 años que ha cumplido el personaje, Atkinson se paseó por los alrededores del palacio de Buckingham en la piel de Mr. Bean, sentado con su amado osito de peluche Teddy en un sillón que había puesto sobre el techo de su cochecito, un Mini 1000 amarillo y negro de 1977, y cuyos mandos controlaba supuestamente con unos cordeles, tal como ya había hecho en el episodio “Do-It-Yourself Mr. Bean”, de 1994, y hasta pidiendo un helado en un puesto de St James’s Park, para acabar recibiendo sus regalos de cumpleaños junto al palacio de los reyes.
Fue un merecido homenaje para un ser de ficción inconcebible, un actor de genio, que tiene medidos y estudiados cada uno de sus ademanes y expresiones para manifestar lo que desea sin decir ni mu y provocar la más inesperada hilaridad en el público, y unos guionistas que supieron sacarle punta y todo el partido posible a lo que Mr. Bean era capaz de ocasionar a su alrededor. Y si uno no acaba mondándose de la risa viendo la que este tipejo lía para hacer una maleta, prepararse un sándwich en un parque, ponerse en manos del dentista, acudir a la playa, al cine o a un parque de atracciones, realizar un examen o cualquier otra actividad normal de nuestras vidas, si uno no se maravilla con este trabajo de humor físico, ocurrente y silencioso y cada uno de sus detalles, no me queda más que darle mi más respetuoso y sentido pésame.
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