Nuestra historia está llena de figuras que marcaron un antes y un después, personas que modificaron los cimientos de la humanidad y alteraron la forma en la que se concebía el mundo. Uno de ellos es Nikola Tesla, un genio de la tecnología de cuyos inventos nos seguimos beneficiando incluso hoy en día.
Quizá, el problema de Tesla fue estar a la sombra de Edison, el cual luchó para mantener su fama y fortuna a pesar de que algunas de sus ideas resultaron ser peores que las planteadas por Nikola. Sin embargo, el inventor austrohúngaro creó su propio laboratorio para intentar cumplir uno de sus sueños: la transmisión de energía y noticias sin necesidad de alambres.
Son muchos los inventos que se le atribuyen a Nikola Tesla, pero quizá uno de los más llamativos sea el llamado “rayo de la muerte”. Empezó a desarrollarse durante la Primera Guerra Mundial, y según declaraciones de su propio autor en la revista “Madrid Científico”, el rayo podía “emitir, a través del aire, una onda eléctrica que haga estallar a gran distancia los explosivos del enemigo”.
En un principio se pensó que este invento podría aplicarse en el campo de batalla, un rumor que también sirvió para atemorizar a las tropas enemigas. Nikola Tesla también defendía el valor científico de la obra, la cual serviría, según él, para mantener la paz mundial. Una paz basada en la potencia armamentística que posteriormente cobraría importancia en la Guerra fría.
Sin embargo, el “rayo de la muerte” jamás se llegó a utilizar. La mayoría de lo que se sabía sobre el invento se encontraba en la cabeza de Tesla, un secreto que, al igual que su autor, murió en 1943.
Créditos de la imagen: Dickenson Alley
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