M. Night Shyamalan se ganó el respeto de los espectadores con 'The Sixth Sense' y perdió el de muchos en sus siguientes películas. ¿Tiene esto razón de ser?
Siempre me han llamado la atención esos espectadores que van de perdonavidas, que juzgan con displicencia la labor de los trabajadores del cine como si les debieran algo, como si no fuesen ellos en realidad los que tendrían que agradecer a los cineastas que les hagan pasar tan buenos ratos en pantalla grande y chica. Y en no pocas ocasiones extreman su veredicto y les desprecian hasta la ojeriza cuando cometen algún error, como si sus aciertos pasados no hubieran tenido lugar y esas películas no siguiesen ahí para deleitarnos.
M. Night Shyamalan es uno de los directores que han tenido que aguantar este comportamiento hasta niveles que me parecen de vergüenza ajena. Así que hoy pretendo analizar toda su carrera y explicar las razones de me llevan a hablar del trato injusto que no pocos llevan dándole más de una década ya, pero sin transigir nunca con sus desaciertos.
Del anonimato a un éxito inconcebible
Según cuentan, siendo todavía menor de edad, Shyamalan rodó decenas de filmes caseros con una cámara Super-8 que le habían regalado cuando era niño. Y este espíritu amateur aún se percibe en el que fue su primer largometraje, de presupuesto irrisorio: Praying with Anger (1992), sobre un joven estadounidense de origen indio, al que él mismo interpreta con sus evidentes limitaciones, que es obligado a pasar una temporada en el país de sus padres para ver si esta experiencia le endereza un poco. En esta película ya se dejan ver los elementos y los temas que más le interesan: los dramas familiares, el aprendizaje vital, la redención y la fe. Pero toda ella bascula entre lo ridículo y lo desangelado, e ideológicamente, resulta bastante cuestionable su respeto por la base social reaccionaria de su tierra.
'The Sixth Sense' - Hollywood Pictures, Spyglass Entertainment, Kennedy/Marshall
Seis años más tarde, nada menos que los todopoderosos hermanos Weinstein produjeron su correcta segunda película, Wide Awake (1998), acerca de un niño (Joseph Cross) que busca a Dios tras el fallecimiento de su abuelo (Robert Loggia), y que supuso un salto importante en el buen camino de la precisión narrativa de Shyamalan, con flashbacks, voz en off y un montaje cabal. Muchos piensan que su gusto por las revelaciones sorprendentes en finales que cambian por completo la percepción de todo lo visto hasta ese instante comenzó en el filme que le catapultó como celebridad del cine, pero lo cierto es que ya hay algo de eso en este segundo y amable largometraje.
Y llegó The Sixth Sense (1999), cuya historia de un psicólogo infantil (Bruce Willis) que trata de redimirse ayudando a un niño atormentado (Haley Joel Osment) dejó helados a los espectadores de todo el mundo, recibió las nominaciones más significativas a premios tan codiciados como los Oscar y, en resumidas cuentas, fue un éxito tal que convirtió a Shyamalan en un director de cine al que no se le iba a quitar el ojo en lo sucesivo. No se hablaba más que de esta película cuando se estrenó. El terror contenido casi siempre y la atmósfera cotidiana pero enrarecida, el drama conmovedor de cada uno de sus personajes y la sutileza de una verdad sólo sugerida nos causaron escalofríos, gran empatía y asombro; y ello gracias a su refinada puesta en escena, marca de la casa desde entonces, y a un guion matemático y esmeradísimo. Pero lo mejor y lo peor de Shyamalan aún estaba por llegar.
El culmen y la paulatina caída
Contra todo pronóstico, el juego de manos emocional de The Sixth Sense que había dejado pasmados a los espectadores fue superado por el desafío intelectual, ya alejado de las apuestas comerciales, que supuso la reformulación superheroica de Unbreakable (2000), sobre un hombre (Willis de nuevo) que es el único que sobrevive a un accidente de ferrocarril, sin un rasguño, y comienza una etapa de autodescubrimento gracias a un excéntrico desconocido (Samuel L. Jackson). Decir que este filme es un ejercicio de hipnotismo no supondría ninguna exageración, pues la planificación milimétrica de un guion incuestionable y una puesta en escena elegante y meditadísima, con el sustento de la primorosa banda sonora de James Newton Howard, le conduce a uno a no poder despegar la mirada de sus imágenes en movimiento. Aunque con ella empezó la brecha que volvería irreconciliables a los que aman y a los que odian el resto de la obra de Shyamalan.
'Unbreakable' - Touchstone Pictures
En su siguiente filme, este director decidió abordar con Signs (2002) una trama extraterrestre desde el punto de vista más sensato y menos explotado de la ciencia ficción: el de una pequeña familia que, en este caso, reside en una granja, con el actor Mel Gibson encabezando un reparto que también integra, entre otros, Joaquim Phoenix. Shyamalan va armando un intrigante puzle con paciencia, y cuando todas las piezas encajan en un estallido emocional, a uno no le queda más que esforzarse por cerrar la boca y luego quitarse el sombrero.
The Village (2004) fue el punto de inflexión en la brecha entre los defensores de Shyamalan y sus detractores: conteniendo imágenes bellísimas, como la partitura que Howard compuso para ellas, y siendo la película más coral (con Bryce Dallas Howard y Phoenix al frente), y anticomercial de su director hasta el momento, que plantea las extrañas cuitas de los habitantes de una pequeña aldea estadounidense, tras su final sorpresivo, unos se sintieron absurdamente engañados y otros seguimos maravillándonos por la capacidad de Shyamalan para producir estupefacción.
La tendencia a la baja de Shyamalan rebasó lo inaceptable en sus tres siguientes películas: Lady in the Water (2006), en la que su solvencia en todos los ámbitos se viene abajo en su última parte a causa de los elementos de guion ridículos por inverosímiles que nuestro autor se empeña en incluir; The Happening (2008), en la que la todavía radiante puesta en escena no puede ocultar la trama repetitiva y la falta de profundidad de los personajes y sus dramas; y sobre todo, en The Last Airbender (2010), un despropósito carente de brillo y de fuerza alguna, con un insufrible último tramo y en el que ya no se ven los rasgos autorales de Shyamalan por ninguna parte. Pero no hay mal que cien años dure.
'Signs' - Touchstone Pictures
Una ligera recuperación
Si por esos tres trabajos y el anterior a ellos le dieron a este director más palos que a una estera, otra injusticia se cometió más tarde con After Earth (2013), filme en el que un padre y un hijo han de sobrevivir a una Tierra hostil en un futuro lejano y que, si bien no goza demasiado de las virtudes de Shyamalan, sus defectos, como la simplicidad de su recorrido, no logran echarla abajo y se puede ver.
Y en 2015, por un lado, este cineasta quiso incursionar en el mundo en auge de las series de televisión como director y productor ejecutivo de Wayward Pines, creada por Chad Hodge para adaptar las novelas de Blake Crouch. En ella, el agente Ethan Burke (Matt Dillon), que iba en busca de dos compañeros desaparecidos sin dejar rastro, llega al pueblecito que da nombre a la historia y se adentra en el misterio que lo envuelve. La realización de los diez episodios que la componen es eficaz, aunque no sobresale, y se dosifica la información, las sorpresas y la gravedad de los sucesos en los momentos que más conviene; y aunque flaquea un poco en su último episodio porque ocurren un par de hechos para los que no se ha ido preparando el estado emocional que los sostendría de una forma más adecuada, el conflicto político clásico que plantea entre el totalitarismo y la libertad ciudadana es de lo más sugestivo y, en ocasiones, consigue provocar ciertas dudas bastante turbadoras.
Por otro lado, The Visit supone un experimento metacinematográfico para Shyamalan, de cámara en mano y una película elaborada por sus personajes, dos hermanos que viajan para conocer a sus dos abuelos. Logra la tensión que requiere y se propone, y la verosimilitud de los enfoques y el uso de la cámara no se puede poner en duda. Y aunque está muy lejos de The Sixth Sense o Unbreakable y hay ocasiones en las que Shyamalan no parece saber muy bien dónde conviene meter un poco de humor para aliviar la tensión, volviendo algunos chistes un tanto impertinentes, esta película es otro paso para la recuperación de los tiempos en que este cineasta fue grande.
'The Village' - Touchstone Pictures, Blinding Edge Pictures, Scott Rudin Productions
“Me he rendido”, declaró Shyamalan en cierta ocasión. “Ya no quiero gustarle a todo el mundo. Ya no estoy dispuesto a preguntar a nadie si mis películas le hacen feliz. Ya solo intento ser fiel a mí mismo y seguir adelante”. Y siempre debió ser así, porque un artista en condiciones sólo ha de responder ante sí mismo por los compromisos personales que ha adquirido con su obra. Así que, si es consciente de ello, hay esperanza de que se afiance en el buen rumbo, y de que aquellos perdonavidas que le han vilipendiado durante la última década guarden un silencio recoleto.
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