El Coronel James Braddock golpeó una, dos, tres veces con la culata de su M16 el candado de aquella reja de bambú mientras sentía el calor de las llamas a su espalda y se agachaba, imperceptiblemente, cuando los barriles de combustible explotaban dejando una estela de humo mientras caían en aquel río de Vietnam. Al final, la puerta se abrió y entre las sombras apareció una cara sucia, demacrada, que intentaba protegerse de la luz. ¿Cómo te llamas, hijo? – "Phi-Phi-Phil Schiller, señor…". Braddock pasó un brazo por encima de sus hombros, lo levantó y mientras bajaban aquella colina devastada a sangre y fuego le dijo "No te preocupes hijo, volvemos a casa".
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