Cuando las condiciones políticas y sociales provocan el nacimiento de una guerra como la Segunda Guerra Mundial, la línea entre lo que es ético y lo que no empieza emborronarse marcando nuevos límites.
Aunque la mayoría suele apuntar al holocausto judío como uno de los sucesos más vergonzosos de nuestra historia, lo cierto es que también podemos señalar otros como las grandes bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Independientemente de qué bando hablemos, ninguno de ellos queda exento de atrocidades.
Así, cualquier método que se emplease solía tener validez si con ello estaba asegurada la victoria. Como recogen en el Daily Mail, otro ejemplo pueden ser los perros bomba empleados por el Ejército Rojo, los cuales servían para derribar los Panzers alemanes.
Desfile militar en la Plaza Roja, 1 de mayo de 1938. Créditos: Wikipedia
Créditos: dailymail
Los animales eran sometidos a un entrenamiento que consistía en dejarles largas jornadas si comer y posteriormente colocar los alimentos debajo de carros de combate. Mediante esa técnica pretendían que los perros asociaran a un tanque con la comida, algo que en ocasiones falló debido a las diferentes características entre los tanques rusos y alemanes.
Las ventajas de usarlos eran obvias: los perros bomba eran un blanco difícil de abatir y podían atravesar grandes distancias hasta llegar a los tanques enemigos. Sin embargo, pronto empezaron a utilizar armas como el lanzallamas para evitar la proximidad de los animales.
Créditos: Daily Mail
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