El cuaderno escocés supone uno de los documentos más románticos, interesantes e importantes de la historia moderna las matemáticas. Y fue escrito durante las animadas reuniones de los intelectuales de su tiempo. ¿Dónde? En un café, por supuesto.
Viajemos a principios del siglo pasado. A lo que era, por entonces, Polonia. Imaginemos un café, ni demasiado opulento ni tampoco muy cutre. En él hay una mesa; y en la mesa se sientan ocho o nueve personas. Dos de ellas discuten acaloradamente. De pronto se callan. Una comienza a hacer anotaciones frenéticas en una servilleta mientras la otra la mira con desdén. De pronto vuelve a estallar la discusión mientras miran los garabatos de la servilleta. Poco a poco, mientras sigue esta guerra personal, un hombre observa desde uno de lo extremos de la mesa y apunta concienzudamente algunas notas sobre un cuaderno. Este no es otro que el mítico cuaderno escocés, uno de los documentos más interesantes y esclarecedores de la historia de las matemáticas modernas.
Escribiendo el cuaderno escocés
Lwów, es la ciudad de la que hablamos, una pequeña urbe que ahora pertenece a Ucrania. Pero a principios del siglo XX los polacos se habían hecho con el lugar, como cientos de años antes. En aquél momento, tras la Primera Guerra Mundial, la sociedad comenzaba a reestructurarse y la universidad seguía su infatigable trabajo en la búsqueda del conocimiento. Llegamos a los años 30 del siglo XX. Las clases universitarias, que se impartían hasta los sábados en la mañana, no daban descanso a los matemáticos. En aquél entonces, un maduro Stefan Banach se reunía con colegas y alumnos en un café para discutir sobre el tema de su vida: las matemáticas. Cuentan que las discusiones iban desde un animado coloquio hasta encarnizados griteríos que dejaban perplejos al resto de clientes del local. Esto no bastó para que los dueños se cansaran de la presencia de la caterva de matemáticos.
Ni mucho menos. El Café Szkocka albergó las reuniones de estos señores durante bastante tiempo. Eso sí; lo que sí molestaba a los dueños era que los teóricos en traje pintarrajearan las mesas con sus fórmulas y cálculos. O tal vez eran los matemáticos los que se molestaban cada vez que se encontraban las mesas de mármol brillando y sin un solo garabato sobre su superficie. En cualquier caso, según dicen, el desesperado manager del Café Szkocka habló un día con la esposa de Banach, el matemático considerado la cabeza del grupo. Probablemente fue ella la que le dio el cuaderno a su marido, quién comenzó a anotarlo todo en un sitio más prolijo. Así, el 17 de julio de 1935 se anotó el primer problema en la libreta: este es el inicio del cuaderno escocés.
La importancia de un cuaderno
A estas alturas puede que os preguntéis por qué el cuaderno escocés se llama así, si en realidad es Polaco (y casi soviético). Muy sencillo, el Szkocka significa Escocés, en polaco, por lo que el cuaderno no es otra cosa que el cuaderno del café "Escocés". Y este nombre ha trascendido en la historia, tal vez de una manera un poco humilde pero no menos importante. De los participantes en la creación del cuaderno se cuentan nombres importantes de la era moderna de las matemáticas: el propio Banach, Antoni Lomicki, Wlodzimierz Stozek, Hugo Steinhaus o Stanislaw Ruziewicz. El cuaderno en sí no es otra cosa El cuaderno escocés ha sido una gran influencia dentro de la historia actual de las matemáticasque una libreta con 197 problemas propuestos y resueltos por los asistentes, con diversas anotaciones.
Los autores, incluso, ofrecían premios tan raros como una oca viva, cenas, caviar o bebidas a quienes fueran capaces de resolver los problemas propuestos. Pero que no os engañe esta curiosidad. Como hemos dicho, entre los matemáticos también habían encarnizadas discusiones y rivalidades. Competiciones que solo los intelectuales pueden vivir con tanta pasión. Pero, ¿qué tiene de especial? El cuaderno representa una conceptualización de numerosos problemas, que dieron pie a nuevos problemas y, probablemente a asentar hipótesis nuevas. El cuaderno terminó siendo custodiado por un camarero al cual, al igual que se piden unas cartas, se le solicitaba el cuaderno.
La Segunda Guerra Mundial sin embargo, supuso el fin de las tertulias. El cuaderno se guardó a buen recaudo durante un tiempo. Años después fue Stanislaw Ulam quién tras recibir el legado de Steinhaus (quién lo había recibido de Mazur) dio a conocer la existencia del cuaderno y su contenido. Muchos de sus autores habían muerto víctimas de la barbarie de la guerra. Por esto y por el romanticismo que lo envuelve, el cuaderno escocés no tardó en mitificarse y convertirse en un objeto codiciado. Se hicieron copias e incluso ediciones comentadas por varios autores. A día de hoy todavía hay problemas sin resolver dentro del cuaderno escocés. Un cuaderno que influyó en las mentes matemáticas del siglo pasado; también ha influido en las de este; y probablemente influirá en las que están por venir. ¿Qué menos se puede esperar de un cuaderno con semejante historia?
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