Con esta película, el director virginiano Scott Cooper nos entrega su mejor obra hasta el momento, y Johnny Depp, su interpretación más lograda de, al menos, los últimos doce años. No está mal para Black Mass.James “Whitey” Bulger fue un gángster real que se aprovechó de sus vínculos con la alta política estadounidense y las fuerzas del orden federales y que, así, tuvo a la ciudad de Boston en un puño durante los años 80 del siglo pasado. Con este currículo, no es de extrañar que los periodistas Dick Lehr y Gerard O’Neill decidieran escribir un libro sobre él, Black Mass: The True Story of an Unholy Alliance Between the FBI and the Irish Mob, ni que a Scott Cooper le diera por adaptarlo a la gran pantalla.
No sólo se trata de una historia tan cinematográfica que bien podría haberse encargado de ella el bueno de Martin Scorsese —quien gusta de rodar filmes sobre mafiosos (Goodfellas, 1991, Casino, 1995), como es bien sabido—, sino que, además, le ha dado a Cooper la oportunidad de incidir en los asuntos de los que ha dejado claro que le interesa brindarnos su visión al respecto en sus dos primeras películas, la sobria y conmovedora Crazy Heart (2009) y, sobre todo, la respetabilísima Out of a Furnace (2013), a saber, las relaciones familiares, la lealtad y la violencia.El relato del ascenso de Whitey se nos cuenta por medio de largos flashbacks con breves interludios reveladores muy agradecidos, una cámara serena pero siempre atenta, con encuadres sensatos, distintivos y nunca morbosos ante la violencia, un ritmo encomiable y un gran apoyo musical de la banda sonora compuesta por Tom Holkenborg, que ya nos ha deslumbrado este año con su partitura para Mad Max: Fury Road, de George Miller, y de canciones como “Slave”, de los Rolling Stones (Tattoo You, 1975), o “Don’t Bring Me Down”, de los Animals (1966).
Hay quien ha querido ver en Black Mass un reflejo del cine del ya mencionado Scorsese y que Cooper intenta parecerse a él sin conseguirlo. Pero creo que es una equivocación: el montaje y el ritmo del gran director italoamericano —o de su editora de cabecera, Thelma Schoonmaker— es endiabladamente dinámico, y el de Cooper siempre ha sido sosegado; el tono de Scorsese, más cínico, aunque veraz, que solemne, y el del virginiano, más grave; el primero acostumbra a regodearse de cierta forma en la violencia o a no cortarse un pelo al mostrar la sangre, y el segundo, no es que se corte, sino que sus planos generales o de lejanía y su fuera de campo en determinadas escenas revelan otra preocupación, por sus efectos más que por la misma brutalidad; y el tema de la lealtad es menos dramático, de menor seriedad, en Scorsese por el tono que en Cooper. Y quede claro que no pretendo rebajar al primero frente al director de este filme; sería una locura; solamente deseo señalar sus evidentes diferencias y desmentir el parecido entre sus películas que algunos se empeñan en buscar, al margen del subgénero.
Johnny Depp nos regala una notable y muy estudiada interpretación del psicopático Whitey, tan contenida que se agradece porque así resulta en verdad inquietante en vez de histriónico, la mejor desde que pariera al caradura de Jack Sparrow y lejos, por tanto, de sus personajes extravagantes y un tanto indefinidos de la última década. Y el resto del reparto cumple con su cometido de sobra, pero otro que desde luego destaca casi tanto como Depp es Joel Edgerton en los zapatos del embaucador agente federal John Connolly, un tipo con las maneras de Southie Boston que se cree más listo de lo que es.6Todo esto da de sí 'Black Mass', la película de Scott Cooper sobre el gángster Whitey, encarnado por un Johnny Depp y un Joel Edgerton superlativos; un relato acerca del estado moral de varias esferas de una ciudad que, si bien no sorprende, satisface por su tratamiento sin ínfulas y su honestidad.- El buen pulso de la narración - Las actuaciones de Johnny Depp y Joel Edgerton - La fidelidad del director Scott Cooper a su propio estilo e intereses- La inevitable previsibilidad
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