
El iPad no nació después del iPhone. De hecho, Apple lo tenía en marcha mucho antes. Pero cuando el equipo vio el potencial de su interfaz multitáctil, decidieron aparcarlo todo para lanzarse a por algo más pequeño (y urgente). Durante años hemos dado por hecho que la evolución fue clara: iPod, iPhone, iPad. Como si fuera una secuencia natural. Pero la historia real es mucho más caótica. Y, precisamente por eso, mucho más interesante.
Los antecedentes: cuando Apple ya soñaba con tabletas
La obsesión de Apple por las tabletas no empezó en los años 2000. El primer intento serio llegó en 1993 con el Newton MessagePad, un asistente digital personal liderado por John Sculley que prometía revolucionar la computación portátil.
El Newton fue un desastre épico. Su función de reconocimiento de escritura era tan mala que se convirtió en el blanco de chistes en series como Los Simpson. El software intentaba identificar las palabras del usuario, pero fallaba y producía frases incomprensibles. Cuando Steve Jobs regresó a Apple en 1998, una de sus primeras decisiones fue cancelar el Newton. Pero la lección quedó grabada: las tabletas tenían potencial, solo necesitaban la tecnología adecuada.

El proyecto que empezó todo: una tablet sin teclado ni ratón
En 2004, Apple comenzó oficialmente el proyecto con nombre en código K48. En los laboratorios de Cupertino se gestaba algo que sonaba a ciencia ficción: un ordenador completamente táctil, sin ratón ni teclado. Era una idea radical para la época, cuando las pantallas táctiles apenas funcionaban en los cajeros automáticos y los PDA usaban stylus de plástico.

Steve Jobs había puesto a sus mejores ingenieros a desarrollar lo que internamente llamaban una "tablet computing device". Los primeros prototipos eran algo toscos, pero así empiezan todas las revoluciones. Pantallas de 10 pulgadas montadas en estructuras metálicas que pesaban varios kilos. La tecnología Multi-Touch que hoy damos por sentada requería meses de programación.

Para que te hagas una idea del nivel de secreto: los prototipos se guardaban en cajas fuertes y solo un puñado de ejecutivos conocía el proyecto completo. En mayo de 2004, Apple presentó una patente de marca de diseño en Europa para una "computadora portátil", posiblemente haciendo referencia al iPad. Era el futuro de la computación personal, pero nadie fuera de Apple lo sabía.

En 2005 tuvieron que cambiar de prioridades
Cinco años de desarrollo y en 2005 Steve Jobs tuvo que replantear toda la estrategia. Los teléfonos móviles estaban evolucionando demasiado rápido: BlackBerry dominaba los email en el móvil, los primeros smartphones reproducían música y navegaban por internet. Jobs se dio cuenta de que Apple se estaba quedando atrás en un mercado que no paraba de crecer.

La decisión fue tajante, al más puro estilo Jobs. Jonathan Ive intentó convencerlo de continuar con la tableta, pero llegaron a un acuerdo: el iPhone era más importante y debía priorizarse. Entonces paralizaron el desarrollo del iPad y movieron todos esos recursos para crear un teléfono.
"Hay una parte natural de nuestra condición que, cuando ves tecnología potente y fenomenal, normalmente quieres hacerla más pequeña", dijo años después Jonathan Ive sobre los orígenes del iPhone.
El fracaso que lo cambió todo: el Motorola ROKR E1
Pero antes de llegar al iPhone, Apple ya había intentado meter un pie en el mundo de la telefonía móvil. Y fue un desastre épico que, a la vez, resultó ser una de las mejores cosas que le pasó a la compañía. En 2005 Apple se asoció con Motorola para lanzar el Motorola ROKR E1, el primer teléfono móvil capaz de reproducir música mediante iTunes. Steve Jobs lo describió como "un iPod Shuffle dentro de un teléfono". La idea ya estaba en su mente.

El resultado, sin embargo, era algo más decepcionante. En otras palabras, se notaba que no estaba la mano de Apple al 100%. El ROKR E1 solo podía almacenar 100 canciones, tenía un diseño poco atractivo y el proceso de transferir música desde iTunes era lento y engorroso. Para colmo, durante la presentación oficial en el Moscone Center, el dispositivo falló en directo delante de Jobs, quien intentaba demostrar cómo la música se pausaba durante una llamada y luego se reanudaba. No funcionó.
Jobs canceló la colaboración con Motorola en 2006, apenas un año después del lanzamiento. Pero esta experiencia frustrante fue crucial: le enseñó que si Apple quería un teléfono que realmente funcionara como ellos imaginaban, tendrían que fabricarlo completamente desde cero, sin depender de otros.
Los problemas que casi cancelan el iPhone
El proceso de miniaturización no fue solo un "rompecabezas de ingeniería", fue una pesadilla técnica que estuvo a punto de hacer que Apple cancelara todo el proyecto. Jonathan Ive lo admitió años después en el libro Becoming Steve Jobs.
Hubo ocasiones en las que realmente pensamos que no podríamos resolver algunos de los problemas. Era tan difícil que, honestamente, parecía que íbamos a tener que dejarlo.
El primer gran obstáculo era algo tan básico como hacer una llamada. Los primeros prototipos del iPhone tenían problemas que hoy damos por solucionados: como cuando ponías el teléfono en la oreja para hablar, y la oreja marcaba números sin querer. La pantalla táctil no sabía distinguir entre un toque intencional y el contacto accidental con la piel.

Pero esto no fue lo único: hubo equipos enfrentados para sacar la mejor versión del iPhone. Tampoco encontraban operadoras, porque no confiaban en un teléfono que no tuviera botones. Una u otra piedra en el camino que supieron salta hasta llegar al día D.
El hermano feo del iPhone: el "Skankphone"
Pero los problemas técnicos no eran lo único que complicaba el desarrollo. Apple tenía otro desafío igual de complejo: mantener el secreto absoluto mientras cientos de ingenieros trabajaban en el proyecto. La solución fue tan ingeniosa y absurda a la vez: crear dos versiones completamente diferentes del iPhone.
- Versión 1: la interfaz real de iOS (solo para los elegidos por Steve Jobs)
- Versión 2: el "Skankphone", con una interfaz falsa y fea para pruebas
Una era la interfaz real con "píxeles gloriosos que te volarían los ojos", como la describía Steve Jobs. La otra era el "Skankphone", una interfaz deliberadamente horrible con botones rojos cuadrados. La paranoia llegó a extremos cómicos. Los ingenieros trabajaban separados por cortinas: unos con acceso al iPhone real, otros solo al Skankphone. Incluso había mensajes sarcásticos en la pantalla de inicio: "Skank is the new black", "Say hello to the Newton MessagePad 3000" y simplemente "Skankphone".

El día que cambió el mundo
Todo esto quedó atrás y el 9 de enero de 2007, Jobs presentó el iPhone como "tres productos en uno". Pero omitió un detalle: estaba mostrando al mundo una versión miniaturizada de un proyecto que llevaba cinco años en desarrollo. El iPhone no era el punto de partida de la revolución táctil de Apple, sino una parada en el camino hacia algo más grande.
La presentación tampoco fue fácil. El producto era tan inestable que Steve Jobs tenía que seguir el llamado "Camino dorado". Tenían varios iPhone sobre la mesa para sustituir uno con otro frente a cualquier fallo. Y ese camino consistía en ejecutar las acciones en un orden concreto. Si salía de él, el iPhone se reiniciaba.

¿Pero y si el Motorola ROKR hubiera sido un éxito? Probablemente nunca habríamos conocido el iPhone. Apple habría seguido colaborando con fabricantes tradicionales de teléfonos, limitándose a aportar software mientras otros controlaban el hardware. En un universo alternativo donde el ROKR funcionara, Apple se habría convertido en algo parecido a Microsoft: una empresa de software que licencia sus productos a diferentes fabricantes.
El fracaso del ROKR fue el mejor regalo que todos pudimos recibir. Obligó a Apple a tomar el control total del proceso, desde el diseño del chip hasta la experiencia del usuario. Y esa decisión no solo cambió Apple, cambió todo el mundo.
Y en 2010 regresó el proyecto original
Tres años después del iPhone, Apple finalmente presentó el dispositivo que había estado desarrollando durante una década: el iPad. El 27 de enero de 2010, Steve Jobs subió al escenario del Yerba Buena Center en San Francisco con una pregunta provocadora: "¿Hay sitio para una tercera categoría de dispositivo entre un smartphone y un portátil?"

Jobs lo presentó como "una categoría completamente nueva de dispositivos", y técnicamente tenía razón. Pero lo más curioso es que muchos se quejaron porque simplemente era "un iPhone más grande". Lo que se desconocía entonces es que en realidad era al revés: el iPhone había sido un iPad más pequeño.
Esta historia no es única en Apple. La compañía tiene un historial de desarrollar múltiples proyectos simultáneamente y decidir estratégicamente cuándo lanzar cada uno. El Apple TV tardó años en materializarse. El Apple Watch se desarrolló en secreto durante media década. Y el famoso Apple Car, tras años de desarrollo y miles de millones invertidos, fue finalmente cancelado en 2024.
Y ahora Apple Vision Pro es solo la punta del iceberg. Porque quién sabe si hay unas gafas mucho más compactas en los laboratorios, pero han preferido lanzar primero un ordenador espacial.
Ahora que conocemos la historia completa, tiene sentido que el iPad llegase antes que el iPhone: Ordenadores grandes, ordenadores portátiles, tablets, smartphones. Es una progresión natural hacia dispositivos más pequeños. Y si algo nos podemos llevar de aprendizaje todo esto, es que el éxito no siempre viene de seguir el plan original, sino de saber cuándo cambiar y tomar una decisión, aunque no estuviese planificada.
Fuente | Biografía de Steve Jobs, Becoming Steve Jobs, The One Device, Creative Selection y Jony Ive: The Genius
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La noticia El primer iPhone fue un accidente del "proyecto iPad". Todo cambió justo antes de cancelarse fue publicada originalmente en Applesfera por Guille Lomener .
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