
A primera vista, Pac-Man parece uno de esos juegos simpáticos y accesibles con los que cualquiera puede pasar el rato sin complicaciones. La mecánica no puede ser más simple: mueves al famoso comecocos, devoras los puntos que hay por todo el escenario y esquivas los fantasmas. Algo sencillo e intuitivo, pero lo cierto es que detrás de este diseño se oculta algo que te obliga a estar alerta y a no confiarte nunca, porque las apariencias engañan.
Uno de los detalles más crueles del juego es que Pac-Man no puede dejar de comer, y eso mismo te penaliza de una forma prácticamente imperceptible. Cada vez que nuestro personaje se traga uno de esos puntos diminutos repartidos por el laberinto, su movimiento se frena apenas un instante. Es una pausa casi imperceptible, pero suficiente para que un fantasma que te esté siguiendo muy de cerca te pueda alcanzar y quitarte una vida.
Dada la situación, aunque comer sea obligatorio, también es exponerte a un peligro que en ocasiones parece inevitable. Seguro que todos hemos jugado alguna vez una partida en la que optamos por comer todos los puntos cuanto antes para pasar a la siguiente pantalla, pero eso mismo es perjudicial, y más todavía si tienes a los dichosos fantasmas, con sus propias personalidades, pisándote los talones.
Los diseñadores usaron esta mecánica para aumentar la tensión constantemente. No es que los fantasmas se vuelvan más rápidos de repente. Simplemente la acción tan básica de comer lleva implícito un riesgo. Así pues, aunque la jugabilidad parezca tan simple, en su código esconde toda clase de entresijos y detallitos dispuestos a lograr que cada partida se vuelva cada vez más infernal a medida que no paras de escuchar el legendario "waka-waka".
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La noticia En Pac-Man no podías parar de comer, y eso lo volvía aún más infernal fue publicada originalmente en Vida Extra por Sergio Cejas (Beld) .
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