Noticia Hay que tener poca vergüenza para enviarme a soplar dedos en Elden Ring: Shadow of the Erdtree y luego intentar matarme

Hay que tener poca vergüenza para enviarme a soplar dedos en Elden Ring: Shadow of the Erdtree y luego intentar matarme


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Toca otro episodio de Hora de Aventuras en las Tierras Sombrías de Elden Ring: Shadow of the Erdtree. Volví a los pies de la Fortaleza Sombría como un perro apaleado después de que Bayle El Temible me dejase claro que los tiempos de abusar de jefes habían acabado.


Todavía quedaba un camino alternativo al terror de la fortaleza: las Ruinas de Moorth. Cosas de hacer guías, sabía que este camino era una buena forma de retrasar el inevitable encontronazo con Messmer El Empalador, aunque nadie me dijo que era un descenso lleno de enemigos, trampas y penurias.


Los problemas me encontraron antes de empezar a descender por las ruinas. Me batí en duelo con Hojaseca Dane, un artista marcial que me puso contra las cuerdas con sus puñetazos y patadas. Intercambiamos golpes. Los suyos no fueron rival para los cortes de mi katana sanguina. Su vida descendió muy rápido y mordió el polvo en menos de un minuto.


El camino subterráneo de las Ruinas de Moorth fue difícil, pero nada que no pudiese gestionar. No recuerdo momentos reseñables. Si bien me gustó la Aldea Ósea porque está llena de tarros, tampoco ocurrió nada digno de mención. Por el contrario, la Choza de latigazos fue una parada especialmente traumática. Allí encontré un espíritu bastante hostil y un látigo con efecto de veneno.

Bajando por La Fisura y soplando dedos para un Conde​


Un poco más adelante de la Choza de latigazos, en la Gracia Puente que lleva a la Aldea, saltó el famoso mensaje del DLC: "En algún lugar, una Gran Runa se ha roto. Y un encantamiento se ha disipado". Era el momento de hacer una pausa y retomar el camino de La Fisura. Descendí por la épica cueva de tonos morados y grises hasta toparme con una escena muy extraña: un grupo enorme de animales postrados frente a un camino que acababa en caída.

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Luché contra el Caballero Putrefacto y admito que fue una de las peleas más complicadas de todo el DLC. Mi build de sangrado era inútil contra este jefe, así que tuve que vencerlo sin depender de todo el daño extra del estado alterado. Abandoné mi katana y regresé a mi compañera confiable: la Rueda de Guiza, fuerza bruta en estado puro. Solo necesité cuatro o cinco intentos más junto a mi Lágrima Mimética para derrotarlo.


Me tomé un rato para avanzar la trama de Santa Trina y Thiollier y luego retomé mi camino hasta la Catedral de Manus Metyr. Allí conocí al Conde Ymir y a su protectora Jolán. Nunca me transmitían demasiada confianza y sabía que nuestra relación iba a terminar en confrontación. Accedí a su petición de ayuda como medio para llegar a la violencia.

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Ymir me hizo recorrer el mapa en busca de tres grandes estructuras en forma de dedos, donde debía soplar cuáles cuernos. Nunca llegué a comprender sus intenciones, pero sabía que era la forma de revelar su objetivo final. Primero fui a las Ruinas del Dedo de Rhia, situadas al sur de las Tierras Sombrías. Ya tenía la Gracia activa gracias a mi anterior incursión en el sur, así que solo tuve que viajar rápido y soplar en el dedo.


Acceder al segundo objetivo, las Ruinas del Dedo de Dheo, fue un poco más complicado. Me vi obligado a entrar en la Fortaleza Sombría por la puerta de atrás. Hice descender el agua que inundaba parte de la fortaleza y explore hasta encontrar un elevador que me llevó hasta la gracia "Fortaleza Sombría, parte trasera". Allí me enfrenté al asqueroso Comandante Gaitus y descubrí una de mis zonas favoritas de las Tierras Sombrías.

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Este enfrentamiento solo fue un alto en el camino. Mi objetivo estaba en una capilla situada antes de la arena de combate, tras una estatua de Márika que se mueve si haces el gesto "Oh, madre". ¿Cómo sabía esto? Llamémoslo superpoderes de hacedor de guías. Llegué hasta una zona bellísima llamada El Interior y seguidamente a las Ruinas del Dedo de Dheo. El lugar estaba lleno de enemigos asquerosos, así que utilicé todas mis habilidades de sigilo para llegar sin que nadie me viese.


Volví a la Catedral del Conde Ymir. Solo me quedaba un punto que visitar: las Ruinas del Dedo Miyr, situadas justo debajo de la estructura. Esperé en la gracia a que se levantase del trono para abrir un pasadizo y descender por una escalera eterna que tanto le gustan a FromSoftware. Estaba harto de la misión, pero la estampa no dejaba lugar a dudas de que el final quedaba cerca.

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Los jefes de FromSoftware no suelen pillarme por sorpresa, sus arenas de combate suelen delatarlos, pero Metyr, Madre de Dedos logró cazarme con la guardia baja. La efigie de Marika debió ser una pista. Elden Ring me teletransportó tras soplar el dedo a una arena de combate onírica, similar a otra de Remnant 2. Me enfrenté al engendro de dedos. La amalgama de dedos no es un jefe especialmente difícil, así que cayó rápido frente al poder de mi katana. La auténtica sorpresa estaba por revelarse.


La Catedral estaba vacía y sonó un eco al acercarme al trono: "¿Qué has hecho? Le has causado daño prácticamente irreparables al conde Ymir", dijo la Espadachina de la Noche Jolán mientras me invadía. Llegó el momento que tanto había esperado: matar a la protectora para acceder a la posibilidad de obtener su katana. No se resistió demasiado. Bastaron algunas estocadas para hacerle hincar la rodilla.


El redoble sorpresivo llegó con el Conde Ymir, ahora como Madre de Dedos. Otro hombrecillo patético ostentando un poder que le queda demasiado grande. No me anduve con miramientos. Abrí la pelea con varias estocadas de mi katana. El sangrado saltó alarmantemente pronto y en pocos segundos le había arrebatado la mitad de la vida.

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Aprovechó uno de mis respiros para lanzar sus ataques. No paraba de lanzar magias, invocar manos Caria y teletransportarse por la sala. Pocas cosas me hacen sentir más asco que este tipo de combates. Asesté algunas estocadas más. Estaba muy pesado y le queda menos de un cuarto de vida, así que puse tierra de por medio para a las manos. Harto del jueguecito de magia, asumí el golpe de un hechizo para asesinarle el golpe de gracia.


La Catedral quedó a oscuras, silenciosa y solitaria. Me sentí un poco ridículo por todas las vueltas para conseguir este final, pero al mismo tiempo era algo que deseaba desde el momento que crucé su umbral. Esta trama cambió por completo mi perspectiva del DLC: quería matar o hacer desaparecer a todos los NPCs del Reino de las Sombras. Y aunque entonces estaba convencido, acabé pillando cariño a un par. Ya llegaré a esa parte de la historia...


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La noticia Hay que tener poca vergüenza para enviarme a soplar dedos en Elden Ring: Shadow of the Erdtree y luego intentar matarme fue publicada originalmente en Vida Extra por Alberto Martín .

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