Cuando se presentó Nintendo Labo me pareció una grandísima idea. Un concepto que, pese a la simpleza de sus materiales y la larga historia que tiene a sus espaldas eso de montar figuras y objetos, me parecía revolucionario. No un invento para todos los públicos, claro, algo orientado a esa rama infantil tan abandonada por el mundo del videojuego y, a su vez, tan merecedora de atención.
Nintendo, sin duda la compañía que más tiene en mente a ese público, quería poner en las tiendas algo que los más pequeños de la casa pudiesen montar con sus propias manos, preferiblemente en compañía de un adulto, para crear sus propios juguetes de cartón interactivo. Ahora, con Nintendo Labo sobre la mesa, mi concepto de lo que puede llegar a ser ha cambiado muchísimo (a mejor).
Primeras impresiones con Nintendo Labo
No es que me haya percatado de que esa idea tal vez no sea tan grande o su concepto tan revolucionario. No, lo que me ha ocurrido al empezar a montar piezas de cartón es que, lo que antes veía como un objeto muy enfocado a los niños, tiene una mira mucho más amplia. Podría decirlo de otra forma, pero con un producto tan controvertido imagino que conviene ser lo más claros posibles.
No me aguanto las ganas de seguir montando cosas.
Mi idea desde el principio era que Nintendo Labo debía ser algo que pudiesen disfrutar los dos enanos que tengo en casa. Con tres y siete años (las mismas edades PEGI del Toy-Con 01 y Toy-Con 02), mi intención desde el principio era que Nintendo Labo fuese para ellos. Que se divirtiesen montando y jugando mientras yo actuaba como mero espectador, dando soporte si había alguna parte especialmente complicada.
La suerte ha querido que, para cuando han llegado ambos packs, los pequeñajos no estuviesen en casa, así que me he puesto a investigar en solitario. Como lo más complicado es el piano, o al menos eso creía yo antes de empezar, he pensado que tampoco sería mala idea saber de qué iba la historia de primera mano. Al fin y al cabo quedarían otros cuatro juguetes de cartón por montar.
Con las indicaciones del juego, que te pregunta por qué cacharro quieres empezar, he separado las láminas necesarias y me he puesto al lío. Más finas de lo que esperaba, pero lo suficientemente resistentes para que no se doblen con facilidad, y también lo suficientemente bien marcadas para que sacarlas del molde sin romper piezas sea muy fácil, el juego me ha ido pidiendo sacar pieza a pieza cuando era necesario. Unos 40 minutos después, tenía un piano de cartón completamente funcional.
El vicio de montar cacharros
Es la primera prueba de fuego. Será el análisis el que marque qué ocurre cuando pones a un niño con las edades recomendadas que marca la caja frente a Nintendo Labo. Pero me ha servido para vislumbrar algunos detalles que probablemente interesarán a más de uno, sean padres o no, tengan sobrinos, hijos de amigos o hermanos pequeños cerca o no.
El primero de todos, y de ahí la idea de que mi mentalidad respecto a Labo ha cambiado por completo, es que da igual la edad que tengas siempre que sea superior a la recomendada. Esto es una gozada. Lo digo yo, a mis 30, sabiendo que me he tenido que controlar para no empezar a montar otra cosa, algo que sin duda habría hecho de no ser porque quiero guardarlo para ellos.
La sensación de logro al terminar, al colocar la pantalla y ver cómo todo funciona como debería, es tremenda. Recuerdo que durante buena parte de mi infancia pasé bastante tiempo montando maquetas con mi padre. Del techo de mi cuarto colgaba un Halcón Milenario y en la estantería un X-Wing que yo había ayudado a ensamblar.
Y ahí se quedaban. Primero porque no aguantaría una batalla campal frente a otros muñecos. Segundo porque me habría sabido fatal que se rompiese después de todo el trabajo que costó montarlas. Con Labo, sin embargo, la manipulación del cacharro es lo suficientemente simple para que sólo haciendo el cabra haya hueco para que se rompa. Es decir, que pueden montarlo y, además, también pueden jugar con él.
Es importante, pero lo más destacable de esta primera experiencia es que, sea con 30, con 40, o con los que quieras echar al saco, Nintendo Labo es una experiencia igual de disfrutable. Y si no eres un crío, tienes mi edad y esto no te llama la atención, bueno, es una lástima, porque estoy seguro de que te lo pasarías en grande.
PEGI 3 no significa recomendado para 3 años
Para no alargarme demasiado y dejar contenido para el análisis, cierro con un último apunte. Mi hijo de 3 años es el crío más espabilado que conozco. Imagino que todos los padres deben decir lo mismo de sus hijos, pero veo al mío jugando o hablando en su clase, comparándolo inevitablemente con sus compañeros, y me parece de otro planeta.
Me parece importante destacarlo porque, al menos sobre el papel y antes de tener la oportunidad de que se ponga a montar conmigo, por mucho que veáis en la caja un PEGI 3, eso sería ver a los críos de esa edad con mejores ojos que yo a mi propio hijo. Lo que indica esa calificación es que el juego no incluye violencia ni nada por el estilo, pero no es una edad recomendada ni muchísimo menos.
No tiene ni la paciencia ni la destreza necesaria para montar ese mismo piano por su cuenta, algo de lo que Nintendo da buena cuenta en uno de los laterales de la caja, con unas letras pequeñísimas que indican que es un producto recomendado para mayores de 6 y que se requiere supervisión de un adulto hasta los 10.
No habrá problemas con el de siete, pero el de tres tendrá que limitarse a pintar las piezas, ayudarme a doblar algunas y a colocar otras en su sitio. Jugará con el piano y con todo lo demás (incluido el robot que no es para su edad) de la misma forma que hará el de siete, pero no va a ser capaz de montarlo. Puede parecer obvio, pero me aventuro a creer a que más de uno caerá en el error. Ahora, a esperar a que lleguen, que hay una caña de pescar haciéndome ojitos que no se va a montar sola.
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La noticia He montado un piano de cartón, y ahora mi opinión sobre Nintendo Labo ha cambiado (a mejor) fue publicada originalmente en Vidaextra por R. Marquez .
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