A lo largo de mis experiencias en Hogwarts Legacy, fuesen maravillosas u horripilantes, siempre he destacado la fabulosa ambientación que ha logrado Avalanche Software. Basta con darse un garbeo por los muros del castillo para creer que realmente te encuentras en mitad del lugar de tus sueños y esa impresión perdura... aunque no para siempre.
Más allá de que las misiones se conviertan en una rutina sin pizca de gracia o que la eliminación del Quidditch no es más que un lamentable intento de capitalizar el deporte mágico, existe un problema de base que solo se solucionará en la secuela. Durante mis horas deambulando por el mundo abierto me he encontrado toda suerte de artilugios mágicos, incluso damas de hierro repartidas por todas las esquinas, pero he echado en falta un elemento clave.
Cuando acudí al cine en 2001 para disfrutar de Harry Potter y la Piedra Filosofal, descubrí por primera vez la existencia del espejo de Oesed. La función del mismo no es otro que mostrar más profundo deseo de la persona que se mira en él y, si tuviese la oportunidad de detenerme frente a él, tendría claro que me vería jugando a un Hogwarts Legacy muy distinto al que fue lanzado en 2023.
Referirnos a la producción como "la experiencia de Harry Potter definitiva" tiene todo el sentido, pues no ha habido videojuego que haya representado de mejor manera el universo de J.K. Rowling. Sin embargo, creo que todos pensamos con cada adelanto que íbamos a vivir un curso escolar, con todos los deberes y normas que eso conlleva para un alumno de la mayor Escuela de Magia y Hechicería del mundo.
Con el paso de las horas, te vas enfrentando a una realidad en la que Hogwarts Legacy contiene una cantidad de artificio constante, pero no se atreve a lanzarse a un terreno que le sentaría de maravilla. Bully (o Canis Canem Edit para los amigos) te permite sentirte realmente un chaval más rodeado entre hormonas adolescentes, profesores inquietantes y un patio de recreo que poder explotar sin límites. Si bien no tiene cabida que Warner Bros. dé luz verde a un libre albedrío de las mismas características que el que suele ofrecer Rockstar Games, lo cierto es que el título de 2006 todavía tiene muchas lecciones que darle a Avalanche Software.
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No importa si recorres los pasillos de Hogwarts en plena noche, pues no habrá ni un solo prefecto dispuesto a detenerte; es más, su ausencia se nota todavía más cuando en una sola misión aparecen para llevar a cabo una tarea que posteriormente es inexistente. Cualquier alumno desea, ansía la igual que Ron Weasley conquistar la Copa de las Casas, pero su importancia en el título es nula. No importa que lleves a cabo acciones positivas, ni negativas, ni que Aesop Sharp comente la pérdida de puntos hacia tu casa, porque no sucederá nada.
¿Cómo puede ser que no exista un contador que muestre cuánto mejoramos o perjudicamos la reputación de nuestros compañeros para la competición? Una vez más, los mundos abiertos no tienen por qué implicar que se pueda provocar el caos a diestro y siniestro, pero que los enemigos o criaturas mágicas sean los únicos objetivos de nuestros hechizos es una lástima. A cambio, podemos lanzar un avada kedavra en la cara de cualquier despistado en Hogsmeade y nadie sufrirá las consecuencias.
Y de esta forma es cuando todo se convierte en un escaparate, un museo interactivo con poca gracia y en el que tu papel se ve reducido a la mínima expresión. Sí, existe la posibilidad de tomar alguna que otra decisión, las cuales derivan en diferentes recompensas, pero... ¿a mí qué diantres me importa ser borde o amable? Especialmente cuando no hay premio por ello, por lo que las elecciones terminan disminuyendo su peso hasta casi terminar en papel mojado.
Por si fuera poco, cuanto más te alejas de la zona principal en la que se encuentra Hogwarts, la inspiración va perdiendo fuerza. Seguramente algunos de los pueblos y regiones que se mencionan son recurrentes en las novelas, pero llevados al plano del videojuego son completamente indistinguibles los unos de los otros. Las diferencias entre Feldcroft y Brocburrow son nimias, los comerciantes son NPC reemplazables los unos con los otros y lo único de lo que estás pendiente es de explotar los globos que los sobrevuelan.
Donde ha habido un mayor acierto en este sentido es con las clases de las diferentes asignaturas, aunque hubiese agradecido que hubiese una mayor cantidad. Entras en el aula, te enseñan el hechizo de turno y despídete de ese profesor para siempre, pues ya has aprendido todo lo necesario para aprobar. ¿Qué pasaría si te cruzas con la subdirectora, con Black o con Fig? Pues no lo sabemos, porque están encerrados en sus despachos esperando que seas tú quienes los busques proactivamente.
Por otro lado, he llegado a detestar terriblemente el sistema de equipamiento. A favor de poder personalizar a tu avatar en Hogwarts Legacy, pero convertir a la obra en una fábrica de loot es desesperante. Debes revisar cada dos por tres el sombrero, las gafas, la túnica y hasta los calzoncillos si hiciese falta para conseguir un punto más de ataque. Absolutamente absurdo y un síntoma de que la Guía de campo que se te entrega al principio son deberes creados con vagancia.
Una lista de la compra/tareas sin casi fin, alimentada por una ingente cantidad de iconos en el mapa que provoca la compulsión de completarlos todos; el conocido como síndrome Ubisoft. Hogwarts Legacy no ha querido arriesgar, ha jugado bazas seguras y ha creado unos cimientos irregulares, pero firmes, que le permiten construir sin temor. No sé cuándo aterrizará la segunda parte, pero existe tal margen de evolución que no creo que lo que vería en el espejo de Oesed se hará realidad, aunque tendría que parecerse mucho.
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La noticia Hogwarts Legacy es como mirarme en el espejo de Oesed: un escaparate de la auténtica ilusión que querría vivir fue publicada originalmente en Vida Extra por Juan Sanmartín .
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