Por desgracia, la discriminación racial se ha encontrado muy presente a lo largo de nuestra historia. Son muchos los ejemplos que podemos poner de ello, desde la esclavitud legalmente reconocida en EEUU durante el siglo XIX hasta el Holocausto desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial. Y aunque parezcan problemas del pasado, lo cierto es que los sudafricanos fueron víctimas de un sistema segregacionista que duró hasta la década de los 90: el apartheid.
Como indica el propio significado de la palabra apartheid en el idioma afrikáans, la “condición de estar separados”, la política llevada a cabo por el Gobierno sudafricano desde 1948 promulgó medidas orientadas a aumentar las diferencias entre blancos y negros. Así, mientras que los europeos gozaban de ciertos privilegios sociales, los nativos de la zona se encontraron discriminados en su propio país.
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Por tanto, entre muchas otras leyes discriminatorias, habilitaron zonas públicas con acceso restringido a negros, prohibieron cualquier tipo de relación interracial y el voto estaba restringido a la población blanca, todo ello bajo la apariencia de un sistema que pretendía fomentar el desarrollo.
Como era de esperar, la situación política de Sudáfrica provocó la protesta de aquellos grupos que se veían marginados. Así, partidos como el Congreso Nacional Africano que dirigió Nelson Mandela, lucharon para derrocar el sistema del apartheid. Sin embargo, no fue hasta la década de los 90 y la llegada a la presidencia de Frederik de Klerk cuando se empezaron a eliminar las leyes discriminatorias, lo cual se traduciría en la llegada al poder del Congreso Nacional Africano en el año 1994.
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