Todo discurso bien preparado está ya pronunciado en sus nueve décimas partes” — Dale Carnegie.
Warren Buffett, siempre sinónimo personificado de algo que aprender, dijo a los estudiantes de negocios de la Universidad de Columbia que esta es la habilidad más valiosa que se puede cultivar para el éxito en la vida.
Cuando era joven, Buffett intentó cursar un taller de oratoria de Dale Carnegie para superar su miedo a hablar en público. Es un hecho poco conocido, pero Buffett se retiró del curso al primer intento, porque tenía demasiado miedo para hablar. La segunda vez sí lo consiguió, y se dice que hoy muestra con orgullo su certificado en su oficina a la vez que difunde las bondades de aprender habilidades de comunicación. Según él, “puedes mejorar tu valor como persona en un 50 por ciento con sólo poder hablar en público sobre tus ideas”.
Hablar en público ha sido citado como el miedo número uno de los estadounidenses según Chris Anderson, autor del libro “TED Talks: The Official TED Guide to Public Speaking”. Pero además, hasta las personas que no sienten miedo, suelen hacerlo mal y lograr charlas poco claras, donde el publico se va poco conectado con las ideas de su orador, cuando no aburrido. Pero el punto es que, al final, todos tenemos que hacerlo alguna vez, ya sea en entornos laborales, académicos o si tenemos la suerte o desgracia de dedicarnos a hablar frente a otras personas.
Y bueno, para mejorar la forma en la que nos comunicamos. ¿Qué se puede hacer? Lo primero es pensar, por extraño que pueda parecer, que el público en general está compuesto de extraños. Eso lo hace más fácil. ¿Por qué? Hay dos razones. La primera es que los extraños ofrecen una interacción rápida que no tiene consecuencias. Es fácil ser honesto o directo, con alguien que nunca verás de nuevo. La segunda razón es que tenemos un sesgo cuando se trata de personas cercanas. Esperamos que nos entiendan. Suponemos que lo hacen porque han tenido tiempo de conocernos, hasta el punto que esperamos que lean nuestras mentes y eso hace que nuestros mensajes, en general, sean poco claros. Imagina que estás en una fiesta, y no te puedes creer que tu amigo no se den cuenta de que estás incómodo y quieres irte. Estás pensando, “lo estoy mirando de ‘esa’ manera, es imposible que no lo note”. Se trata más o menos de eso. Con los extraños no tenemos tendencia a que supongan cosas, somos más específicos con nuestro mensaje, tenemos que empezar de cero y explicarnos en detalle así que la comunicación final es por defecto de mayor calidad.
También es importante que tengamos en cuenta que la mente está repleta de ideas cuidadosamente unidas entre sí y estas, juntas, forman una estructura increíblemente compleja que es nuestra visión personal del mundo. El sistema operativo del cerebro es único. Quiero decir con esto que las visiones personales de dos personas pueden ser drásticamente diferentes. Por eso las ideas son tan importantes. Si son comunicadas correctamente, pueden cambiar, para siempre, la forma en la que alguien piensa y dar forma a sus acciones actuales y futuras. Mal comunicadas, aunque para ti tengan sentido, pueden llevar a funestos mal entendidos. Por esto, hay que ser en esencia, muy textual. La tarea más importante de orador es perfilar una idea en la mente del público, no se trata solo de exponer cosas ambiguas o abstractas, hay que ser específico y pulir en los detalles.
“Si tengo que dirigir un discurso de dos horas, empleo diez minutos en su preparación. Si se trata de un discurso de diez minutos, entonces me lleva dos horas” — Winston Churchill.
Para esto, por defecto, hay que limitar la charla a una única idea importante. No se debería saltar de una cosa a otra y otra. Las personas que te conocen pueden, salvo excepciones, pivotar en una conversación. Los extraños, en especial el público que no puede interrumpirte, necesita que el hilo conductor sea claro porque no es una conversación —nada puede quedar en el aire—. Además, las ideas son complejas, sin exposiciones que sean verdaderamente enormes, no es posible explicar bien, verdaderamente bien, más de una. Hay que reducir el contenido para poder centrarse en “La idea” y tener la oportunidad de explicar esa correctamente.
Además, ofrece a quien escucha una razón para atender. Despierta curiosidad. Si puedes hacer evidente que existe una brecha entre la visión del mundo que tiene el oyente y lo que tú tienes para aportar, sentirá la necesidad de completar esa laguna de conocimientos escuchándote.
Otra cosa a tener en cuenta es el lenguaje. La idea tiene que estar construida a partir de conceptos que el público ya entienda. Los oradores a menudo olvidan que muchos de los términos y conceptos que usan, la jerga, son completamente desconocidos por su público. La dificultad de acceso a la comprensión de la información, mata la curiosidad. El mejor lenguaje es el directo y afirmativo, mayormente coloquial.
Por último, exprésate siempre en forma positiva. El Dr. Herbert Clark, psicólogo de la Universidad John Hopkins, hizo el sorprendente descubrimiento de que a una persona común le lleva un 48 por ciento más de tiempo comprender una frase en forma negativa que en forma positiva.
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