No cabe ninguna duda de que Les Luthiers son los reyes del humor musicalizado. Dejad que os explique por qué no hay quien les supere.
Que poseer un sentido del humor del bueno sea síntoma de inteligencia no parece algo muy discutible; los cómicos y los humoristas más respetados lo son por ello, porque sus ocurrencias chistosas se encuentran muy por encima del encefalograma plano y así tratan a su público con el respeto debido, y por los estupendos ratos que nos hacen pasar. Pero pocos cuentan con otras habilidades que pueda desarrollar en consonancia, como el grupo argentino Les Luthiers, que además toca y elabora sus propios instrumentos musicales.
Forjadores de música y carcajadas
En septiembre de 1965, durante el Festival de Coros Universitarios en la ciudad argentina de San Miguel de Tucumán, un grupo de jóvenes presentaron un espectáculo musical humorístico que parodiaba las cantatas barrocas, con una letra tomada del prospecto de un laxante, y en el que utilizaron instrumentos inventados por ellos mismos, para cuya construcción se habían valido de materiales simples y cotidianos: ‘luthier’ significa en francés “creador de instrumentos musicales”. Su éxito fue tal y recibieron tan buenas críticas en la prensa que les propusieron repetirlo en una popular sala de vanguardia de Buenos Aires y el prestigioso Instituto Di Tella de Artes, mundialmente reconocido, les encargó otro espectáculo, que se convirtió en un nuevo éxito.
I Musicisti, que fue el primer nombre artístico del grupo, se fracturó en 1967 a causa de desavenencias relacionadas con el salario de cada músico, lo que derivó en la formación de Les Luthiers por parte de los miembros principales: Gerardo Masana, Marcos Mundstock, Jorge Maronna, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich. Los espectáculos se fueron sumando a lo largo de los años, más de una treintena hasta el momento; llegaron las apariciones en televisión, las giras internacionales con cuatro formaciones distintas pero de núcleo duro, las recopilaciones, las entradas agotadas en un santiamén, las ovaciones cerradas y los galardones; llegó la muerte temprana de Masana, el fundador, al que se llevó una leucemia en 1973, la Mención Especial en los argentinos Premios Konex en 1985, una actuación mítica en el Teatro Colón de Buenos aires al año siguiente, la declaración de Ciudadanos Ilustres de dicha capital en 2007, la concesión de la ciudadanía española en 2012 por carta de naturaleza y sus méritos.
Méritos, esos que les sobran a Les Luthiers. Porque pocas experiencias hay tan gozosas como asistir a sus espectáculos y maravillarse por los artilugios que gastan como instrumentos: el bass-pipe a vara, el nomeolbídet, el gom-horn natural, el dactilófono, el contrachitarrone da gamba y un largo etcétera, y por la total concordancia de música, interpretación e hilaridad, escuchando el vozarrón de Mundstock y viéndole interactuar con Rabinovich en momentos tan insuperables como, por ejemplo, la locura genial de Esther Píscore, ideada para el espectáculo Unen canto con humor en 1994 y revisitada en Los Premios Mastropiero en 2005, los de Johann Sebastian Mastropiero, un personaje recurrente del que sólo se habla y que es una sátira desquiciada de los compositores clásicos. Y uno no puede olvidar tampoco “El rey enamorado”, “La tanda” y “La gallinita dijo eureka” en Hacen muchas gracias de nada, de 1976; o “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa” y “El asesino misterioso”, en Mastropiero que nunca, de 1977, y vuelto a representar el primero en Los clásicos de Les Luthiers, de 1980, y ¡Chist!, de 2011.
No se olvidan estos y otros sketches porque constituyen ese humor del bueno, del que a muchos no les agrada que se lo llame inteligente porque les parece esnob pero lo es, basado en los equívocos, los juegos de palabras, la torpeza y la excentricidad, las contraposiciones y un sano e imaginativo surrealismo. Les Luthiers deberían ser inmortales.
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