Se las prometía muy felices al llegar a nuestro país, pero el prometedor futuro de Uber en en España ha acabado siendo un interminable capítulo de suicidios empresariales.
Cuando Uber llegó a España, lo tenía todo de cara: su servicio era moderno, estaba muy tecnologizado, tenía a los usuarios de su parte, daba una imagen más vanguardista que la de los taxis... Sin embargo, al poco de poner el primer pie en nuestro país comenzó su descenso hacia los infiernos.
Para entender este progresivo declive hace falta explicar algunos de los errores más sangrantes que la startup ha cometido en este tiempo. Son los cinco siguientes:
1.- Saltarse la ley. Uber nos podrá gustar más o menos, nos parecerá más o menos necesario, pero no nos engañemos: con la ley en la mano, su servicio parece claramente ilegal. Según la Ley de Ordenación de Transportes Terrestres (LOTT), Uber necesitaría una licencia VTC (vehículos de transporte con conductor) para poder ofrecer un servicio similar al del taxi. Además, “en ningún caso, salvo el supuesto de percepción de dietas o gastos de desplazamiento para su titular, el transporte particular puede dar lugar a remuneraciones dinerarias directas o indirectas”.
Pero bueno, oye, tampoco nos pongamos estupendos: a decir verdad, saltarse la ley (o al menos cuestionarla) para ganar notoriedad y abrir un debate es una práctica medianamente frecuente entre las empresas que quieren revolucionar un sector. Y así lo hizo Uber, entrando en España sabiendo perfectamente que la ley no estaba de su parte, pero confiando en que la simpatía generada por su servicio y la taxifobia generalizada de muchos usuarios jugaría a su favor.
Lo malo para la startup es que ha pinchado en hueso. Porque sí, seguramente el sector del taxi en España está extremada e inexplicablemente regulado, pero pretender cambiarlo de manera unilateral y de la noche a la mañana no parece la mejor práctica. Y por eso un juez impidió a Uber operar en España.
2.- Enfrentarse a todo el mundo (menos a los usuarios). Pese a la imagen conciliadora, aperturista y dialogante que se empeñó en vender desde que entró en España, Uber ha pretendido arrasar con todo el mundo, sobre todo con políticos y taxistas.
Por una parte, intentando obligar a realizar un cambio legislativo que se adaptase exclusivamente a sus intereses. Por otra, intentando que calase un discurso agresivo hacia lo que se acabó llamando 'el lobby del taxi', una acusación ridícula que pretende hacernos creer que el gremio del taxi (que está lleno de millonarios que se encienden puros con billetes de 500 euros, como todos sabemos) puede ser equiparado a un grupo de petroleras o a una coalición de multinacionales de la industria farmacéutica.
Como decíamos antes, cargar contra tus enemigos para innovar en un sector no tiene 'nada' de malo, pero para salir victorioso tienes que ser un perfecto estratega, y bien sabe Dios que Uber no lo ha sido. Al final, la startup casi ha acabado consiguiendo que un gremio tan socialmente denostado como el de los taxistas acabe pareciendo una congregación de hermanas de la caridad.
3.- Empleo: ¿en qué quedamos? Uno de los trastornos bipolares que Uber ha sufrido en España se refiere a los puestos de trabajo que puede (o no) crear. Porque claro, el discurso de la startup en Estados Unidos es que permite a miles de conductores ganar bastante dinero, pero en España quiere jugar la baza de la economía colaborativa, con lo que el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de la compañía acababa apareciendo cada vez que emitía una opinión pública.
Porque Uber ha hecho de todo: empezó diciendo que sus conductores no eran empleados, sino meros usuarios (¿qué empresa hace una entrevista personal y regala un iPhone a sus usuarios?), luego dijo que podría dar trabajo a un millón de mujeres europeas en cinco años (ojo al oportunismo de la fecha: un día después del Día de la Mujer Trabajadora), luego que sus conductores podrían ser sus propios jefes y al final ha acabado diciendo que de relación laboral, nada. ¿En qué quedamos, Uber?
Mientras tanto, el Estado de Calfornia y la inspección de Trabajo de Cataluña lo tienen claro: de usuarios nada; los conductores de Uber son empleados.
4.- La peor campaña de comunicación de la historia. En las escuelas de negocio de medio mundo se debería estudiar la de Uber como una de las peores campañas de comunicación de la historia reciente. Y no sólo por el trastorno bipolar del que hablábamos antes ni por su ambigüedad a la hora de posicionarse.
Uno de los capítulos más sonrojantes se produjo hace apenas tres meses. El equipo de Uber concedió una entrevista al programa Equipo de Investigación, de la Sexta, con el fin de arrojar algo de luz sobre sus prácticas, situación legal e intenciones de futuro. Y el resultado no pudo ser peor. Basta con fijarse en el siguiente extracto:
Desde el aterrizaje de Uber en España, la agencia Burson Marsteller fue la encargada de dirigir toda su comunicación en nuestro país, pero la responsable de gestionar dicha entrevista no tuvo su mejor día en la preparación de aquel discurso. Una cagada de dimensiones épicas que perjudicó aún más la imagen de Uber y que colmó la paciencia de la startup. No fue en balde: a día de hoy, Burson ya no lleva la comunicación de Uber en España.
5.- La traición a sus conductores. Desde su nacimiento en Estados Unidos, Uber sólo ha tenido dos amigos: los usuarios y los conductores. Y en España, los segundos ya le han abandonado.
En realidad no ha sido un abandono voluntario, sino la consecuencia de una tremenda y difícilmente comprensible traición por parte de Uber. En el primer juicio que la startup está afrontando en España, su abogado se quedó tan ancho al decir que si el servicio que ofrecen sus conductores es competencia desleal, los demandados deberían ser los conductores, no Uber.
Francamente, cuesta entender el desprecio que la startup está mostrando hacia los que deberían ser sus mayores garantistas: los conductores. Unos conductores que, con razón o sin ella, se han jugado parte de su pellejo (dos coches fueron quemados en octubre de 2014) por una empresa que les ha dado la patada a las primeras de cambio.
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