Noticia Más misterio claustrofóbico que western en 'The Hateful Eight'

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La última película de Quentin Tarantino, en la que recupera a varios intérpretes que ya habían trabajado con él, es todo lo que pueden esperar sus seguidores más acérrimos y, además, carece mayormente de los defectos que sus detractores observan en su cine.Pocas dudas se pueden albergar acerca de la expectación que despierta cada nuevo filme de este director estadounidense, que se ha ganado la devoción de buena parte de los cinéfilos gracias, sobre todo, a su estilo cinematográfico descarado y enérgico, con el que apuesta por los homenajes y refritos, por una verborrea incontenible y a ratos ingeniosa, los personajes criminales y fuera de control, la truculencia de los excesos sanguinarios y, en definitiva, la violencia como espectáculo palomitero, sin horrorizar al público en la línea de la indignación, como puro disfrute.

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Toda su filmografía hasta la fecha encierra esas características, que son los principales rasgos e intereses de Tarantino como autor, desde la respetable Reservoir Dogs (1992), pasando por la sobrevaloradísima Pulp Fiction (1994), su episodio de Four Rooms (1995), Jackie Brown (1997), los excesivos dos volúmenes de Kill Bill (2003, 2004), la innecesaria Death Proof (2007), la finalmente desmesurada Inglourious Basterds (2009) o la irregular y quebradiza Django Unchained (2012), hasta la propia The Hateful Eight, la cual relata lo que se encuentran los pasajeros de una diligencia, que huyen de una ventisca por los caminos nevados de Wyoming, en una pretendidamente acogedora parada del camino a Red Rock.Dividida literalmente por capítulos de aire teatral que escalonan su parsimonioso pero decidido desarrollo ascendente de casi tres horas que nunca se hacen largas, es una película en la que el realizador se permite ciertos momentos contemplativos, inspirados por el paisaje y el género del western, que no se le han ocurrido para otros filmes, como los iniciales, con esa paulatina apertura de plano de los títulos o la cámara lenta en la marcha de los caballos por la nieve; en cualquier caso, instantes de puro cine muy de agradecer.

Además, esquiva muy bien y no cae en sus mayores pecados habituales: los diálogos profusos que no van a ningún sitio, como en Pulp Fiction, con un guion inteligente y tan lleno de conversaciones como es su costumbre pero útiles todas ellas, sin nada superfluo que no ayude a progresar a la trama, y las explosiones de violencia finales o arbitrarias con las que se le suele ir mucho la mano y la olla, como en Death Proof, Inglourious Basterds y Django Unchained, pues aquí, en cambio, todo derramamiento de sangre por cada disparo efectuado, distribuidos a lo largo del metraje, cuenta con su debida justificación, pese a los abusos de hemoglobina a los que, en cualquier caso, también se abandona.

Y Tarantino sigue demostrando que es un buen director de actores, con Samuel L. Jackson y Kurt Russell a la cabeza de un esforzado reparto como los locuaces cazarrecompensas Marquis Warren y John Ruth, respectivamente, un grupo de intérpretes en el que destaca Walton Goggins como el sureño Chris Mannix y Jennifer Jason Leigh como la pérfida Daisy Domergue. Tanto ellos como Tim Roth, Michael Madsen o Demián Bichir comprenden que The Hateful Eight, más que un western, es un filme de misterio claustrofóbico en la mejor tradición salida de la obra de la vieja Agatha Christie, más parecido en espíritu, esquema, arquetipos, un lugar principal de acción cerrado y la forma de ir revelando los secretos a Reservoir Dogs que a ninguna otra de sus películas, algo bueno.


Aparte de que en algunas escenas se lo ve un poco en la cuerda floja de la verosimilitud, quizá la tensión o la ambigüedad genérica sea una de las dificultades del filme, sobre todo porque, pese a la formidable banda sonora de Ennio Morricone, hay más sabor a western en los minutos iniciales de Inglourious Basterds que en The Hateful Eight al completo, y eso despista un poco al respetable. Si bien no debemos dejarnos llevar hasta el delirio por el afán reduccionista y cuadriculado de etiquetarlo todo, pues una buena narración es un artefacto complejo que bebe de múltiples arroyuelos, no hay que ignorar tampoco dicha tensión genérica sin precipitarnos en lo obtuso.

Y de los excesos sangrientos no se libra la película. Hay quien los justifica como una marca de la casa, pero no son otra cosa que sucumbir al morbo gore propio y de aquellos a los que el drama, las sutilezas narrativas y los giros inesperados, que los hay, les importan un pimiento. Y así, en caso de que uno piense en algo más que el dinero contante y sonante que se recauda en taquilla, no se trata del mejor público al que dirigirse precisamente. Aunque el último filme de este director sureño nos contente a unos y a otros.7The Hateful Eight es, para quien esto firma, la película más respetable de Quentin Tarantino nada menos que desde Reservoir Dogs, pese a algunos riesgos de inverosimilitud, la vaguedad genérica y la sanguinolencia excesiva; un relato fiel a su estilo, pero con unos diálogos provechosos y no una verborrea insoportable, y nada de estallidos violentos sin justificación.- El guion inteligente de Tarantino y las escenas de violencia siempre justificadas. - Ciertos momentos contemplativos, inspirados por el paisaje y el género del western. - Las interpretaciones de Walton Goggins y Jennifer Jason Leigh. - La formidable banda sonora de Ennio Morricone.- Que en algunas escenas se ve a la película en la cuerda floja de la verosimilitud. - La tensión o la ambigüedad genérica; poco de western hay en verdad. - Los excesos sangrientos, marca de la casa, para satisfacer el morbo gore.

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