Noticia Nos sobran los motivos: ¿por qué se produce el miedo escénico?

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La gira 500 noches para una crisis aterrizaba en la capital. Joaquín Sabina volvía a Madrid tras cinco años de silencio. Por desgracia, el cantautor tuvo que suspender el concierto antes de tiempo por un ataque de miedo escénico. ¿Qué ocurrió?


"Más antes que después, he de enfrentarme al delicado momento de empezar a pensar en recogerme, de sentar la cabeza, de resignarme a dictar testamento (perdón por la tristeza)". Los versos de Joaquín Sabina en la canción A mis cuarenta y diez parecían premonitorios.

El pasado sábado, el cantante español suspendió antes de tiempo su primer concierto en Madrid. Tras anunciar que había sufrido un 'Pastora Soler' (refiriéndose a un ataque de miedo escénico), decidió terminar el concierto después de hora y media de espectáculo. Las 14.000 personas que habían coreado las canciones de su ídolo, se marcharon del Palacio de los Deportes con una mezcla de resignación y extrañeza.

Madrid, más de 19 días y 500 noches después


Habían pasado mucho más que 19 días y 500 noches desde el último concierto en solitario de Joaquín Sabina en Madrid. Tanto como cinco años que se habían hecho eternos. Y es que el cantautor jienense tiene una especial vinculación con la capital madrileña. Es la ciudad de sus rimas y acordes más íntimos. Nadie ha cantado mejor a Madrid que Sabina. Gracias a él hemos aprendido sus líneas de metro (Caballo de cartón), y recorrido su geografía palmo a palmo (Yo me bajo en Atocha).

Madrid, la ciudad donde el mar no se puede concebir, es también el bastión de Joaquín Sabina. Lo canta mejor él, hablando de sus emociones en otras grandes capitales del mundo ("he llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan, he crecido en la Habana, he sido un paria en París") y de su pasión por otras latitudes ("México me atormenta, Buenos Aires me mata"). No hay ninguna, sin embargo, que supere su historia de amor y odio por Madrid.

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Javier Lacort (Flickr)


Joaquín Sabina tenía ganas de regresar a su ciudad. Y Madrid tenía muchas ganas de escuchar a su cantautor. Tanto que, después de una gira de 16 conciertos por Perú, Chile, Argentina, Paraguay y Uruguay, el jienense regresaba con su gira 500 noches para una crisis con cuatro conciertos en Madrid y Barcelona. Reapareció en el escenario pletórico, con una voz cuidada como en sus mejores tiempos. A los cuarenta minutos del recital, sin embargo, algo falló.

Tras abandonar el escenario, dejó a sus guitarristas Jaime Asúa y Pancho Varona interpretando El caso de la rubia platino y Conductores suicidas. Algo no iba bien. La negra noche había comenzado. Regresó al micrófono para disculparse. Pero nada volvió a ser lo mismo. Cantaba pálido, leyendo las canciones y finalmente, emocionado, anunció que no podía interpretar los bises del concierto. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué se había producido ese ataque de miedo escénico?

Y sin embargo... nuestro cerebro


Parece mentira que a un cantante con la experiencia de Joaquín Sabina le pueda el miedo sobre el escenario. Pero detrás del ídolo, del poeta que rimaba canciones, hay también un ser humano. Y el ataque de pánico no es sino el reflejo de la ansiedad. Una ansiedad que probablemente muchos de nosotros hayamos experimentado al hablar o actuar en público. El corazón late más deprisa, sentimos sudores fríos, posibles mareos. Si reconocen estos síntomas, es muy probable que alguna vez hayan padecido un ataque de miedo escénico.

El cerebro percibe que hacerlo mal en público amenaza nuestra reputación Pastora Soler o Joaquín Sabina no son los primeros cantantes en sufrir esta reacción de pánico. Otros artistas como Barbra Streisand, Adele o Megan Fox también han soportado la ansiedad desencadenada por su cerebro. El miedo escénico, más conocido como stage fright en inglés, es una consencuencia de nuestro carácter. Somos animales sociales, y necesitamos mantener nuestra reputación.

Hablar o actuar en público supone en gran medida poner en peligro dicha reputación. El pánico a hacerlo mal se convierte entonces en una reacción de amenaza. En ese momento, se ponen en marcha mecanismos primitivos de una región de nuestro cerebro. Tu supervivencia, aunque sea delante de un escenario, está en juego.

El hipotálamo, la región de nuestro cerebro que coordina conductas esenciales para el mantenimiento de la especie, se encarga de estimular la glándula pituitaria o hipófisis. Ésta a su vez secreta la hormona ACTH ( adrenocorticotropa, corticotropina o corticotrofina) que actuará sobre las glándulas suprarrenales. La activación de estos mecanismos endocrinos no persigue más objetivos que la liberación de adrenalina en sangre.

Donde habita el miedo


El nerviosismo, por tanto, es el reflejo de los mecanismos hormonales que ocurren en nuestro organismo. En cierta medida, es como si el cerebro encendiera el piloto automático, y activara el sistema nervioso autónomo. La adrenalina hace que nuestro cuerpo se tense, la frecuencia cardíaca se dispare, y comencemos a experimentar temblores y sudores fríos. La ansiedad, previa al miedo escénico, es una reacción tan primigenia como común entre los artistas.

El 2% de la población de Estados Unidos sufre miedo escénicoEl mismísimo Ringo Starr, batería de The Beatles, aseguró hace años que sufría pánico cada vez que salía al escenario. De nada servían los cincuenta años de experiencia. Sus nervios se hacían patentes segundos antes de coger las baquetas.

Técnicamente, la ansiedad antes de hablar en público ha sido denominada glosofobia. Y no es más que una consecuencia de una reacción evolutiva: el miedo es positivo. Nos permite estar atentos ante cualquier amenaza. No lo es tanto, sin embargo, cuando nos paraliza.

Una investigación publicada en Journal of Clinical Psychology afirmaba que el 2% de la población de Estados Unidos sufría miedo escénico. Sus síntomas no son comunes sólo en cantantes, sino que este pánico se extendía en artistas y deportistas que debían trabajar delante de un gran público. Como explicaba este estudio, el miedo escénico era la consecuencia de una fobia social.

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Juan Tamargo (Wikimedia)


No es que Sabina sienta temor ante el público que tanto le ha aplaudido. Probablemente, la emoción de volver a su Madrid y las ganas de bordar el concierto le superaron. Poco tiene que ver, seguramente, el cantante de masas con el cantautor que a solas, escribe piezas como Ruido o Amor se llama el juego. Entre el personaje y la persona se esconden múltiples matices, disfrazados tal vez con ese bombín con el que sale al escenario.

La diferencia del miedo escénico con otras fobias sociales estriba en que los pacientes tienen altas expectativas de sí mismos. Saben que lo hacen bien ante el público. Pero quieren hacerlo mejor. No desean fallar. Estos rasgos, tan sabineros, mezclados con las ganas e ilusión de verle tocar de nuevo en Madrid, fueron tal vez los que motivaron su ansiedad. ¿Cómo frenarla?No existe una fórmula mágica para frenar el miedo escénico

Por desgracia, las investigaciones en psicología no han dado con una 'fórmula mágica' que logre superar el miedo escénico. Un estudio realizado en 2011 afirmaba que el uso de técnicas de relajación podía llegar a ser tan efectivo como la administración de medicamentos. El uso de estos fármacos sólo consigue difuminar los síntomas, pero no ataca la raíz del problema.

Los medicamentos empleados contra estos ataques de pánico incluyen fármacos beta-bloqueantes, que no reducen la ansiedad, pero pueden controlar síntomas asociados, tales como los temblores y las taquicardias. La utilización de otras sustancias, como los tranquilizantes, el alcohol o el cannabis, ha sido frecuente entre muchos músicos que no conseguían superar su miedo escénico. Sin embargo, no hay una única solución -lícita o ilícita- que ayude a frenar el pánico y la ansiedad previa a actuar ante el gran público.

Es posible que Joaquín Sabina haya viajado a lomos de una yegua sombría, buscando, como cantara en Calle Melancolía, un encuentro que le ilumine el día. Mañana por la noche, el Palacio de los Deportes le volverá a recibir con los brazos abiertos. Esperando que el paso de las horas le haya permitido mudarse al barrio de la alegría. Sin miedo, sin ansiedad, sin pánico. Solos él, su guitarra y su público en la ciudad donde se cruzan los caminos.

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