La fotografía analógica estaba caracterizada por una serie de dificultades que, a pesar de hacernos la vida un poco más difícil, echamos de menos.
Aunque parezca un tipo de disonancia cognitiva, existen problemas que acaban adquiriendo cierto encanto. Rebobinar casetes con un boli Bic, el sonido del módem por línea telefónica para conectarse a Internet o, simplemente, aquella música encargada de darnos la bienvenida a Windows XP. Con el tiempo, la balanza entre el amor y el odio se ha decantado hacia el primer sentimiento, algo que también podemos ver ejemplificado con la fotografía analógica.
Probablemente, fueron muchos los fotógrafos que vivieron la etapa química en todo su apogeo y que mientras tanto también maldecían las limitaciones de sus cámaras. Pero como si de un lejano amor se tratase, los años han terminado despertando cierta añoranza por aquellos problemas que causaron la ruptura. Quizá éramos nosotros el error. Quizá no supimos adaptarnos a las dificultades. O quizá no valoramos lo suficiente sus virtudes. Lo único cierto es que, a pesar de todo, en algunos momentos la debilidad florece y no podemos hacer otra cosa sino abrir el cajón, sujetarla y decir: te echo de menos.
Está claro que ahora tenemos una cámara mucho mejor, capaz de disparar una ráfaga de imágenes casi infinita y de enfocar a una velocidad que ni si quiera habríamos podido imaginar. Sin embargo, como mencioné en mi experiencia de volver a la fotografía analógica, entiendo que por determinados motivos algunos aficionados decidan retornar a dicho procedimiento. ¿Cuáles son?
Tirar de la palanca de arrastre
Aunque algunas cámaras ya recogían automáticamente el carrete tras cada instantánea, tirar de la palanca de arrastre después de cada toma se convirtió en un ritual amado por muchos. Ese era el gesto que ponía punto y final a una foto. Aunque la imagen se encontrase grabada en el negativo, no era hasta que desplazábamos el carrete cuando teníamos la cámara lista para disparar nuevamente.
La palanca de arrastre también era protagonista de otros problemas, y no era nada extraño que en algún momento ésta se quedase atascada. Era entonces cuando, del mismo modo que ocurre con el capó de un coche, habríamos la cámara para ver qué podíamos hacer al respecto.
Disparos limitados
Créditos: James Fitzgerald III
Dispositivos como la Canon EOS 5D Mark III tienen un modo ráfaga capaz de alcanzar seis fotografías por segundo. Por unos momentos, sentimos que tenemos una ametralladora en lugar de una cámara —no es así, por fortuna para la humanidad—. ¿Cuál es el problema de esto? que la seguridad de poder repetir ese disparo nos lleva a tomar imágenes sin ningún pudor. Esa es la razón por la que muchos continúan defendiendo la fotografía analógica.
Según los fans más acérrimos, tener un carrete limitado con treinta y seis fotos provocaba que el momento de capturar una imagen estuviese mucho más meditado. En caso de error, repetirla no solo nos iba a suponer una fotografía menos, sino también un gasto extra de dinero por un error que podríamos haber evitado. Al final todo depende del fotógrafo y de cómo conciba el ritual que le lleva a tomar una imagen, pero meditar cada disparo en la era analógica era casi una obligación.
Sensibilidad
El grano de la fotografía analógica es lo que actualmente podemos llamar ruido. La diferencia es que en la imagen digital se produce con impulsos electrónicos mientras que en la química es el resultado de una película con diferente tipo de emulsión. Así, los resultados entre ambas también son diferentes.
Usar altos valores de ISO es algo que debemos evitar, pero no ocurría así con la película. Dependiendo de la sensibilidad de una película el grano generado en la imagen sería de distinta forma, un efecto que en ocasiones era buscado por los fotógrafos.
Por otro lado, también estábamos obligados a finalizar un carrete antes de usar otra sensibilidad, un problema que ahora solucionaríamos cambiando rápidamente ese ajuste en el menú.
No podemos comprobar la foto
Bartosz Budrewicz | Shutterstock
Es quizá el problema que más podemos echar de menos. Comprobar una foto es casi sinónimo de tener que repetirla para rectificar algún aspecto. Y sí, otorga muchas facilidades, pero también inconvenientes. Ahora no tenemos emoción por ver qué clase de imagen hemos capturado ni por si al final aparece tal y como nosotros deseábamos. Ir a recoger las negativos revelados es similar abrir un regalo de Navidad, no sabes lo que hay y ni siquiera si te gustará
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