Lúcido, irreverente, irónico, sarcástico, mordaz. Adjetivos que no logran describir lo que fue Javier Krahe para toda una generación, que escuchaba con veneración las letras de un poeta convertido en cantante, de una suerte de Quijote del siglo XX, en el que los molinos y los gigantes se entremezclaban con versos y acordes de guitarra.
Hoy la costa gaditana se ha despertado con el sabor de la resaca del domingo, azotada por la marea de un Atlántico que sabe, que "camino de la nada" se ha ido Krahe. A pocos kilómetros de aquí, fallecía el cantautor que sabía disparar con certeza las balas del humor y la ironía. Javier Krahe, según anunció su amigo Pablo Carbonell en Twitter, moría de un infarto a las cinco de la mañana en su casa de Zahara de los Atunes. Se va el poeta, pero renace el mito.
"No digáis se nos fue el mejor de todos, malogrose el cumplido cantautor, era bueno, tenía suaves modos..." D.E.P Javier Krahe. Gracias.
— Pablo Carbonell (@Carbonellsg) July 12, 2015
Javier Krahe ha muerto en su casa de Zahara esta noche a las 5h. Es así.
— Pablo Carbonell (@Carbonellsg) July 12, 2015
Para alguien que nació a finales de los ochenta, y que conoció a Krahe a través de Joaquín Sabina, el madrileño no sólo era uno de los cantautores de cabecera de la generación de sus padres. Poco a poco sus letras fueron colándose en mi reproductor de música, con la nostalgia de aquel cassette del coche que había que rebobinar con un bolígrafo BIC. Sin quererlo y, casi sin pretenderlo, las rimas pausadas e irónicas del cantautor fueron haciéndose un hueco. Redescubrir La Mandrágora, y los inicios de Joaquín Sabina y Alberto Pérez, me permitió también conocer al Krahe más mordaz, el mismo que llamaba a Felipe González "hombre blanco con lengua de serpiente" por su postura en la entrada de España en la OTAN.
Javier Krahe no se callaba, ni se callará ahora con su muerte. Sólo alguien como el genio de Malasaña, nacido en pleno barrio de Salamanca en 1944, era capaz de darle la vuelta a los versos de Neruda, para convertir "Ay Democracia" en el himno de una generación. Mucho antes de que las plazas se llenaran de indignados, y de que las mareas clamaran contra el cambio, Krahe había desplumado a los procuradores corruptos en "Huevos de corral". Siempre mordaz, siempre irónico, el poeta-cantante era capaz de rimar en una sola canción versos contra los estamentos políticos, religiosos o económicos.
Los cantautores Kakó, Javier Krahe y Arístides Moreno en La Laguna, Tenerife, con motivo del concierto "Noche insumisa" en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna, 20 de abril de 2013. Wikimedia Commons
No se entendería de otro modo su ateísmo militante, el mismo que le llevaba a decir que después de su etapa vital no había nada. Y con esa calma de quien se sabe mortal, aunque el resto le creyéramos eterno, Krahe cantó irónicamente sobre las creencias religiosas. Por eso en " El Cromosoma", reclamaba no tener miedo ni tristeza a la muerte, pues las flores que saldrán de su cabeza, "darán algún aroma".
La misma ironía que le había llevado a grabar en los setenta un corto, junto a Enrique Seseña, sobre "cómo cocinar un crucifijo". Un vídeo por el que iría a juicio en 2012, una polémica absurda que hizo que Krahe dijera que si le condenaban se exiliaría a Francia. Por fortuna se impuso la razón de la libertad de expresión sobre el dogmatismo religioso, y su paso por la Audiencia Provincial de Madrid se convirtió en anecdótico.
Tan anecdótico como las cosas de la vida de las que disfrutó Javier Krahe, el que nos recomendaban "coleccionar sellos de Nigeria" o "apretar alguna tuerca floja", porque como sabe el lector, "no todo va a ser follar". Pero sí lo era recordar en "Abajo el Alzheimer", " Marieta" o "Un burdo rumor" sus conquistas, pasiones y olvidos cotidianos. Letras que nos devuelven al Krahe más mordaz consigo mismo, el poeta de la protesta sarcástica, irónica y rebelde.
A este lado de la tierra donde ya no habita Krahe, la nada de su etapa vital se funde con la nostalgia de aquellos que recordamos al cantautor que se inspiró en Leonard Cohen y George Brassens. El mito convertido en gigante se ha ido, y nunca más podremos escuchar sus acordes en la Sala Galileo de Madrid. Con él se va una parte de nosotros, de nuestra memoria colectiva, de la historia que hizo mortal al cantante que todos creíamos eterno. Que la tierra le sea leve.
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