Noticia Spectre y la pérdida del rumbo

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Después de apuntar maneras con Skyfall, el trabajo de Sam Mendes y compañía en Spectre rompe con lo establecido hasta el momento en la franquicia protagonizada por James Bond


Nunca he sido un aficionado entregado de las películas de James Bond: tengo algunas pendientes y son pocas las que he visto más de una vez pero sí he seguido con mucha atención la trayectoria de Daniel Craig como 007 desde que se estrenara con una Casino Royale arriesgada pero, a mi parecer, realmente efectiva y que, hoy en día, podría colocarse como una de las mejores películas del agente secreto.

Daniel Craig fue un nuevo Bond en todos los aspectos

Fue y sigue siedo muy criticado que se dejara atrás al Bond más apegado a los cacharros de última generación y que derrochaba la elegancia y la sutileza Y lo mismo pasó con optar por una mezcla de reboot y remake. Aquí, al contrario que con otros, estábamos ante un nuevo Bond en toda la extensión de la palabra.

Después llegó una Quantum of Solace que sigo viendo como ese tropezón del que la propia MGM parece avergonzarse (algo que en Spectre queda patente, por cierto) y del que, dentro de unos años, nadie se acordará. Pero pese a su mal rodada acción y su insulso guión, se seguía manteniendo un tono y una forma de hacer las cosas muy concretas e identificables.

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Y entonces llegó Skyfall. Sam Mendes, Hoyte van Hoytema, Ralph Fiennes o Javier Bardem eran solo algunos de los nombres que se subían a la franquicia del agente británico. Y así, se cuajaba la que puede ser la mejor película del agente en términos técnicos y de fotografía y una más que digna cinta de intriga y acción. El cambio de tono con respecto al Bond clásico no hacía más que agrandarse (algo que no gustó a los fans acérrimos) y entraba en juego …(tampoco gustó)

Skyfall colocaba unas piezas que se han encargado de echar por tierra en Spectre

Pero era algo necesario o, más bien, jutificado. En Skyfall tocaba presentar un Bond en horas bajas, tanto física como mentalmente, en una época de instrospección. Tocaba remover las bases de la franquicia desde los cimientos y ahí, los nuevos Q, M y Moneypenny tenían mucho que ver. El valor de la película era el de colocar de nuevo las piezas tras el tropiezo del film anterior.

Es por ello, por el buen trabajo y el germen plantado con Skyfall, que no pude más que salir sorprendido y tremendamente decepcionado tras ver Spectre en el cine. Lo que empieza con una escena excelente a todos los niveles siguió intentando mezclar una solemnidad impostada en exceso (muy del estilo de la que impregna la obra de Christopher Nolan) y el humor barato que había caracterizado a Bond décadas atrás. Y, en el cine, hay ciertas cosas que solo un puñado de maestros pueden plasmar de forma certera y efectiva.

La escena de la persecución es un buen ejemplo de esta mezcla de estilos y referencias: Bond conduce un Aston Martin DB10 de diseño limpio y vanguardista por las calles de Roma mientras Dave Bautista, haciendo las veces del matón de turno que recuerda a Tiburón o Oddjob, va a su caza. Todo ello rodado con una precisión y un pulso excepcionales, generando cierta tensión, hasta que un gag detrás de otro empiezan a salpicar la escena; primero ese guiño al Bond clásico, el de los coches repletos de armas y la música setentera y luego, y aquí no hay homenaje o explicación aparente, esa escena de humor de baratillo con el señor del utilitario que impide que progrese la acción. Igual que la propia película, lo que empieza apuntando maneras termina convertido en una escena exageradamente pueril y disonante.


Incluso en el terreno de los homenajes y la evolución del personaje se mezclan conceptos que terminan resultando en un batiburrillo poco creíble de cara al espectador. Si en Skyfall se pasaba muy de puntillas por el componente machista y mujeriego de Bond, aquí son dos las mujeres que caen rendidas a sus pies, a cada cual de forma más precipitada y peor narrada.

Spectre pone difícil imaginar qué nos espera en la saga

De hecho, no deja de llamar la atención que sean varios los momentos en los que Mendes y compañía parecen empeñados en echar por tierra ese “nuevo Bond” que se había construído durante las tres películas anteriores. Si la muerte de Vesper Lynd había endurecido a Bond y servía como justificación de la actitud mujeriega del agente, el happy ending en el que Craig y Seydoux se van de la mano es todavía más inexplicable si se tiene en cuenta que, cinco minutos antes, Bond había ignorado sin asomo de duda la posibilidad de dejar su labor en el MI6 para irse con ella.

Y si eran varios los momentos en los que se incidía en la labor de asesino despiadado de 007, vuelve a ser difícil de comprender la benevolencia ante un Christoph Waltz desaprovechado, que roza lo paródico (esto puede ser culpa del doblaje, no lo niego) y que, para más inri, aporta un toque culebronero tan lleno de fanservice como innecesario a la franquicia.

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Para rematar este curioso cóctel nos encontramos una Monica Bellucci haciendo las veces de florero en sus poco más de cinco minutos de metraje, un Andrew Scott terriblemente maniqueo y, de nuevo, desaprovechado en sus funciones de defensor de una sociedad vigilidada y controlada 24/7 (extrañaba que no se le hubiera sacado más punta a lo sucedido con Edward Snowden en la franquicia Bond) y, por extraer una nota positiva, un Ben Wishaw más protagonista con un Q que sí sirve para aligerar el tono del film con sentido y no mediante chistes infantiles.

Daniel Craig afirmó en la fase de promoción de Spectre que preferiría cortarse las venas a seguir interpretando al personaje creado por Ian Flemming. Por contrato, el actor todavía está comprometido a realizar un film más pero esa declarada desgana, que se evidencia en la última película, y la senda encauzada por Mendes y compañía ponen difíciles las cosas.
Spectre es, al final, una película sin rumbo que lo apuesta todo a mezclar tonos, referencias y enfoques perdiendo, claro, toda identidad construída hasta el momento. Veremos qué nos depara la franquicia.

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