Cuando tenía 8 o 9 años, una amigo de mi padre que hacía años que no veía vino a visitarnos a casa desde el extranjero. Habían compartido hacía años la misma cabina de avión y pasado momentos difíciles, por lo que la visita había sido preparada y planeada con gran esmero e incluso el impertérrito ademán de "mi viejo" se había suavizado un poco con la emoción de poder volver a ver a su amigo después de tantos años.
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