
FIFA 17 llega al mercado para romper con la práctica inmutabilidad que venía arrastrando durante las últimas entregas. Un nuevo y prometedor modo, cambios de peso en lo jugable y el salto a Frostbite son las principales novedades de una de las propuestas más ambiciosas en la franquicia de EA Sports. ¿Revolución o evolución?La compra anual de un videojuego de fútbol es un fenómeno que muchos jugadores, ajenos al género y/o al deporte, nunca han terminado de entender. Se esgrime, con mucha lógica, el argumento de estar comprando lo mismo con una simple mano de pintura pero, cada año, el jugador que invierte horas y horas en FIFA o PES sabe ver esos pequeños cambios, añadidos y retoques que, decenas de horas de juego después, terminan justificando el desembolso.
Pero incluso esos jugadores más dedicados y que conocen cada recoveco de FIFA empezaban a torcer el morro en una generación en la que los cambios de peso seguían sin llegar, el salto gráfico esperado no había sido tal y, en definitiva, EA parecía demasiado acomodada en su posición de predominancia absoluta en el género y, a nivel de ventas, en la industria (cabe recordarlo: FIFA es, año tras año, uno de los cinco juegos más vendidos del mundo).

Imagino que debe haber mucho miedo por apretar demasiado un tornillo en una zona que necesite tal cosa o pasarse de rosca en otra y, en definitiva, introducir cambios que empeoren la experiencia y, por ende, transmitir la sensación de estar jugando a una entrega peor o más incómoda que la anterior. Pero, por suerte, FIFA 17 es el primer videojuego desde el cambio generacional que incluye varias novedades de peso y que parece querer transmitir ganas de hacer un mejor juego o, al menos, uno más completo.
Lo más difícil de vender a nivel comercial pero lo que más pesa conforme pasan los partidos son los cambios en la jugabilidad y de esos hay varios: el pase entre líneas, con el bumper izquierdo y triángulo/Y, es una adición discreta pero efectiva y que se íntegra en nuestro repertorio igual de bien que los también nuevos disparos rasos, pulsando una segunda vez el botón a la hora de chutar, dejando atrás la imposibilidad de realizar potentísimos chuts a ras de suelo.
En general, y de eso hablaremos más luego, el ritmo de partido se ha rebajado con respecto a FIFA 16 y todo se siente un poco más realista y menos abocado al correcalles; a generar una experiencia más orgánica contribuyen unos movimientos de la IA, tanto en ataque como en defensa, más acordes a lo que cabría esperar ver en jugadores de carne y hueso. Por desgracia, lo puramente jugable cuenta con una mácula de cierto peso: la reacción de los jugadores a nuestros movimientos con el mando no son instantáneos, se ha perdido algo de fluidez al respecto y la sensación general es la de jugar con un input lag sumamente molesto hasta que, a base de horas, uno termina acostumbrándose. Pero el principal problema aquí, herencia de anteriores entregas, es un sistema de CPU totalmente irreal. Mientras que en dificultades bajas no existe reto alguno, elegir uno de los niveles más difíciles es sinónimo de enfrentarse a equipos de juego clónico y estrategia y planteamiento táctico impolutos: ya sea el FC Barcelona o un equipo del fondo de la tabla de la tercera divisón inglesa, el equipo contrario aguanta y mueve la pelota, defiende y mide los tiempos con una calidad inusitada, dando la sensación en demasiadas ocasiones de que la CPU prevé nuestros movimientos y decisiones y actúa en consecuencia. Al final, jugar contra la máquina en dificultades elevadas termina siendo una experiencia sumamente aburrida, poco variada y, sobre todo, irreal.
A nivel jugable, el balón parado ha sido reformulado
Por otro lado, y sin salir del rectángulo de juego, el balón parado ha sufrido un profundo lavado de cara en todas sus versiones: podemos movernos de lado a lado antes de sacar de banda; en los córner contamos con un indicador que nos marca dónde va a ir la pelota, pudiendo colgar balones más bombeados o directos; las faltas directas son algo más complejas, pudiendo movernos antes de lanzar y llegar a disparar con el exterior y, de forma parecida, los lanzamientos de penalti son ahora mucho más complejos (quizá el cambio es demasiado brusco) que otros años. Al final, todo recibe una capa más de complejidad y se le otorgan más variedad y libertad de acción al jugador.
Lo que más ha funcionado desde el departamento de marketing de Electronic Arts ha sido vender a bombo y platillo esa transición a Frostbite, el puntero motor gráfico de Battlefield; pese al publicitado cambio de motor gráfico de inicios de generación, a un Ignite creado exclusivamente para juegos deportivos, FIFA seguía sin sorprender en lo técnico y arrastrando defectos herededados de las versiones pre-Ignite. Frostbite llega para solucionar y mejorar algunos apartados pero, de nuevo, el juego sigue sin despegarse de, entre otras cosas, animaciones algo ortopédicas, un movimiento de los brazos irreal, un césped o una iluminación nocturna muy mejorables, etc.

Los beneficios más evidentes de este Frostbite son las texturas y modelados de muchas de las nuevas caras de los futbolistas más reconocidos (siguen siendo centenares los futbolistas de cierto renombre que no cuentan con captura facial), la iluminación diurna, el movimiento de la ropa o los efectos de postprocesado en repeticiones y escenas de vídeo. No estamos ante un cambio radical o ese salto generacional que esperamos pero, al menos, Frostbite es un primer paso en la dirección adecuada.
Y si FIFA genera tales cifras millonarias, año a año, es porque, entre otras cosas, estamos ante muchos juegos en uno; es fácil que EA Sports tenga una propuesta futbolística afín a tus gustos en cada entrega y, en FIFA 17, crece con la llegada el particular modo El Camino. Emulando lo que ya hemos visto en juegos deportivos como Fight Night Champion o la saga NBA 2K, estamos ante una experiencia eminentemente narrativa que hace las veces de modo historia o campaña del videojuego.
Pese a los clichés y lo tópico de la historia, El Camino es un experimento más que bienvenido
Encarnamos a Alex Hunter (no podemos cambiar el nombre o el aspecto físico) en su camino a la cima de la Premier League en una historia con muchas escenas de vídeo, donde mejor luce Frostbite, en la que se nos presentan conflictos familiares, con nuestro amigo de la infancia y, por supuesto, deportivos. Quizá elementos como la influencia en el entrenador de nuestras conversaciones y decisiones fuera del campo o la ascensión fulgurante de nuestro personaje se sienten algo forzadas pero, sin duda, estamos ante un más que acertado acercamiento a un trato más cinematográfico del fútbol que puede derivar en nuevas historias año a año y suponer una nueva razón de compra para muchos.
Y quizá una de las grandes sorpresas de esta inclusión es su enfoque para un jugador, alejado del contenido multijugador que predomina en FIFA: lo que sigue dando dinero a expuertas es Ultimate Team y, de nuevo, el modo sigue recibiendo interesantes añadidos que complementan pero nunca alteran la experiencia nuclear. Los desafíos de creación de plantillas son un modo de aprovechar esas cartas que siempre nos parecen inservibles y FUT Champions añade a Ultimate Team una más que bienvenida capa competitiva.
Eso sí, olvidáos desde ya de disfrutar en FUT de ese ritmo más pausado y real del que hablaba en párrafos anteriores puesto que, como viene siendo costumbre en los últimos años, estamos ante un modo aparte con sus propias reglas en el que la potencia física y la velocidad de nuestros jugadores serán valores esenciales para triunfar en frenéticos partidos con abultadísimos resultados. Como hemos comentado, el no alterar aquello que genera millones y millones de euros puede ser una decisión comprensible pero, de nuevo, nos encontramos ante un modo inconsistente y más cercano a lo arcade que a esa simulación que persigue el estudio.
En el resto de la plétora de modos, las temporadas siguen inmutables pero tanto el modo Carrera como, sobre todo, los Clubes Pro han recibido ciertas mejoras: el primero ha añadido ciertos objetivos a corto y largo plazo en campos como el desarrollo juvenil o la expansión de la marca de nuestro club y, en el segundo, una progresión más trabajada y algo más de personalización Eso sí, el primero sigue estando sumamente lejos de lo que cabría esperar de un decente modo de gestión en una propuesta como FIFA, teniendo en el modo MiGM de NBA 2K17 un claro espejo donde mirarse. 8Por primera vez en lo que va de generación, se nota en el trabajo de EA Sports cierta ambición por mejorar lo ya conocido y extender el ya de por sí amplio catálogo de modos. Aunque discretas, las mejoras técnicas de la mano del motor Frostbite son bienvenidas, El Camino es un muy buen primer paso de una prometedora propuesta narrativa y el puñado de cambios jugables añaden profundidad y diversidad al juego.
Por desgracia, eso sí, se siguen arrastrando errores atávicos en la franquicia: jugar contra la CPU es un auténtico e irreal sopor, en Ultimate Team se deja atrás el acertado ritmo del resto del juego y todo se vuelve un correcalles y, aunque solucionable mediante una futura actualización, el juego presenta cierto input lag en la respuesta de los jugadores a nuestras órdenes que afea la experiencia jugable. Al final, FIFA 17 es un primer paso en una prometedora dirección, con muchos aciertos pero también ciertos errores de peso que empañan la experiencia. - Cambios jugables de peso: nuevos pases y disparos y, sobre todo, una reformulación del balón parado. - El modo "El Camino": un aceptable experimento con mucho futuro. - Pequeñas mejoras en lo técnico: mejores caras, una iluminación diurna más atractiva, etc.
- Los partidos contra la CPU: irreales, frustrantes y soporíferos. Sin mejora o cambio alguno.
- Ultimate Team sigue siendo un modo en el que la velocidad es lo único que importa, alejándose de la simulación.
- Cierto retardo en la respuesta de los jugadores.
- El modo Carrera sigue siendo, pese a los cambios, una propuesta vaga y ciertamente mejorable.
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