Noticia ‘El Mesias’, de Netflix, vuelve a encender la polémica sobre los límites en la libertad de expresión

‘El Mesias’, de Netflix, vuelve a encender la polémica sobre los límites en la libertad de expresión



La serie El Mesías de Netflix vuelve a encender la polémica sobre los límites de la libertad de expresión y creativa en el mundo de las artes y el espectáculo. Al mismo tiempo que en París comenzaran los juicios contra los autores del atentado a Charlie Hebdo en 2015 y la tensión en Medio Oriente se recrudece, la serie analiza una figura carismática que ya despertó un escándalo entre algunos musulmanes. ¿Hay temas que no deben ser tocados o respetados en virtud de cierto acuerdo tácito?


Un hombre camina en medio de un cruento bombardeo. Lleva el cabello largo y barba. Comienza a predicar en medio de la confusión mientras una tormenta de arena se acerca como una ola terrorífica que lo cubre todo. Con esta dramática escena comienza la serie El Mesías de Netflix, producida por Michael Petroni. Una producción que profundiza en la premisa de lo que podría ocurrir si Jesucristo regresara en nuestra época, en mitad de las gravísimas tensiones de Medio Oriente, el universo de las Fake News y un mundo hipercomunicado en el que la religión ocupa un lugar relativamente secundario. ¿Qué impacto podría tener? ¿Cuál podría ser su lugar en la historia?


Incluso antes de su estreno, la premisa levantó una considerable polémica: desde la difusión de su primer trailer a principios del mes de diciembre del 2019, una petición en la plataforma Change.Org llamaba al boicot de la serie al insistir en que se trata de “propaganda anti islámica”. El argumento de la historia transcurre entre el Medio Oriente, Washington y Texas (EE.UU.) y aunque el supuesto Mesías jamás menciona sus creencias, ni tampoco se identifica con religión alguna, la trama ha sido calificada como “ofensiva” para buena parte del mundo musulmán. Insistieron que el nombre “Al-Masih” —con el que se identifica al misterioso líder, centro de la narración de la serie— se utiliza en la teología islámica para denominar al Dajjal, un falso profeta comparable a la figura católica del Anticristo.

En medio del debate, Netflix aclaró de inmediato a través de varias de sus cuentas oficiales en Twitter que la denominación “no es realmente el nombre del personaje”, pero la percepción que se trata de una ofensa hacia las creencias musulmanas persistió. A la fecha de su estreno, la percepción sobre el uso de términos y figuras religiosas en diferentes contextos, continuaba debatiéndose alrededor de la serie y la forma en que narra la historia de una figura carismática, a mitad de camino entre un líder religioso con tintes políticos y un embaucador.

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Michael Petroni recalcó que no busca ofender a nadie y aunque la serie es “polémica, en realidad no es ofensiva”. No obstante, la percepción sobre el hecho que ciertos temas no deberían ser analizados o, incluso, usados para generar contenido de entretenimiento, debate o puntos de vista periodísticos subsiste entre cierta parte de la opinión pública.

Lo intocable, la burla y la libertad de expresión


La serie de Netflix parece llegar en un momento complicado, justo después de que las tensiones entre EE.UU. e Iran se recrudecieran y provocaran una serie de bombardeos contra líderes del país. El argumento del show, que se desarrolla en su mayor parte en el Medio Oriente y en específico en varios lugares de la frontera entre Israel y Palestina, Jerusalem y algunos otros lugares envueltos en un agudo conflicto bélico, hace que más de un televidente pueda preguntarse en voz alta si es necesaria una serie semejante en mitad de una situación como la que el mundo vive en la actualidad.


Por supuesto se trató de una inexplicable sincronía: el estreno de El Mesías se anunció desde el año pasado, lo que hace muy poco probable que se trate de una provocación del canal. Aun así, su argumento –en el que se debate en voz alta la participación estadounidense en conflictos bélicos como Siria y su influencia como potencial mundial en situaciones de enorme gravedad– resulta incómodo en este preciso momento. ¿Debería Netflix hacerse preguntas sobre la idoneidad de su estreno?

No es la primera vez que hay un debate público sobre los límites de la libertad de expresión. De hecho, con un nuevo aniversario del ataque al semanario Charlie Hebdo por un grupo fundamentalista, el tema entra de nuevo en medio de los debates intelectuales más insistentes. En la conmemoración del trágico suceso –que dejó 11 periodistas y policías muertos– la publicación insistió en que la intolerancia y el extremismo se han recrudecido durante los últimos años.

La portada, que recuerda uno de los ataques más violentos a la libertad de expresión de las últimas décadas, muestra a un prelado católico y un Imán Musulmán apagando al unísono una vela que parece representar la luz de razón. El titular es claro y conciso al lamentarse sobre la pérdida de la capacidad y la necesidad de expresión en nuestra época con una única frase: "anti-iluminación” ("anti-lumières").

Durante los últimos años se ha debatido con frecuencia las causas que pudieron haber provocado el atentado a la redacción de Charlie Hebdo, uno de los ataques más violentos contra la prensa motivados a razones ideológicas y religiosas en los últimos años. Resulta inevitable recordar la discusión lo ocurrido en las oficinas del semanario, mientras el debate alrededor de la serie El Mesías sugiere que la libertad de expresión tiene límites y que esa frontera está marcada por la incomodidad que pueda provocar una historia o argumento en determinados grupos religiosos, sociales y culturales. ¿Se trata de una idea válida?


Hagamos un poco de contexto: aunque hay unanimidad en la condena del asesinato de doce personas por tres extremistas armados, los motivos que motivaron el ataque siguen debatiéndose. La percepción sobre el hecho de que Charlie Hebdo pudo “provocar” a una minoría fanática a cometer un ataque violento se analiza tanto en medios de comunicación como en debates intelectuales y políticos que recuerda el hecho —y sus consecuencias— desde la perspectiva de la distancia histórica. La pregunta, que parece surgir de inmediato después de un ataque de las proporciones al que sufrió el semanario, es hasta qué punto somos conscientes de los alcances de la libertad de expresión, si deben existir alguno incluso y cuál es la línea que puede dividir lo satírico de la burla.

La discusión se produjo, sobre todo, entre quienes consideraron que el humor de Charlie Hebdo es mucho más burlón y ofensivo que satírico y que, de hecho, su línea editorial estaba mucho más interesada en la provocación directa que en el debate de puntos de vista. Aun así, esa interpretación sobre la “culpabilidad” de la víctima en una circunstancia de la magnitud que se vivió en las oficinas de Charlie Hebdo pone en tela de juicio la visión que se tiene sobre los orígenes, motivos y consecuencias del fanatismo y, sobre todo, asume la postura de señalar responsabilidades de una acción armada por completo inaudita. En otras palabras, se justifica una acción provocada por el extremismo bajo la postura de la instigación de una idea. Un supuesto cuando menos preocupante en un momento histórico donde el enfrentamiento con el fanatismo intelectual y el que toma las armas para imponer sus preceptos está más vigente que nunca.

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En su momento, un considerable número de intelectuales se preguntó en voz alta si la chirriante línea editorial de Charlie Hebdo pudo ser el detonante del ataque que sufrió, y se debatió de manera muy directa sobre los límites de la libertad de expresión. No se trata solo del hecho que se analiza en la postura de Charlie Hebdo como una incitación directa al odio (o así lo deja entrever David Brook en su artículo Yo no soy Charlie publicado en el New York Times una semana después del ataque) sino también por el caricaturista musulmán, Khalid Albaih, quien señaló en un artículo publicado en la BBC que Charlie Hebdo era “racista y vulgar”.

A pesar que todas las voces críticas hacia la postura de Charlie Hebdo se apresuran a dejar bien claro que repudiaban el ataque, el planteamiento sobre la responsabilidad en el ejercicio de la libertad de opinión se debate como un motivo evidente para provocar no solo a un grupo de fanatizados, sino también a una cultura en específico.


La libertad de expresión o la capacidad del entretenimiento para mostrar —o reflejar— las diferentes facetas del mundo actual es el espejo donde puede mirarse la cultura. Lo que nos hace debatir o directamente entrar en polémica es la medida de la tolerancia contemporánea a todo un cúmulo de nociones sobre lo que hace la sociedad viable.

La libertad de expresión también es una forma de crítica y un arma certera contra los límites artificiales a los discursos culturales. Vale la pena preguntarse si la polémica alrededor de la serie El Mesías —relacionada directamente con presunciones sobre lo sagrado— es otra manifestación de esos supuestos límites al derecho de expresión, que no se basan en otra cosa que censurar algunas opiniones o puntos de vista incómodos. Después de todo, la libertad de expresión puede irritar antes que agradar, lo que nos hace necesario recordar que la opinión —incluso las que no nos agraden— son necesarias.

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