
Aunque es difícil de creer, esta información ha sido recogida en varios libros, como el libro de Fred Vogelstein 'Dogfight: How Apple and Google Went to War and Started a Revolution' o el famoso 'One Device', más fácil de encontrar en España. Además, el propio Scott Forstall lo contó todo cuando se cumplieron cinco años tras su salida de Apple —y vencieron los acuerdos de no divulgación—.
Dicho esto, vamos allá: ¿has visto la película 'Fight Club'? 'El club de la lucha' en España, 'El club de la Pelea' en LATAM, un libro icónico de Chuck Palahniuk que adaptó al cine David Fincher. Se ha escrito tanto de este fenómeno social que os ahorro la explicación. Pero sí me detendré en un detalle: el nacimiento del iPhone también nació de un selecto club. Y también tenía reglas: la primera regla del iPhone es no hablar del iPhone. Ni con tu mujer, ni con tus hijos. Ni siquiera con tus amigos más cercanos. Apple no solo quería construir un producto: quería sellar un pacto de silencio, una hermandad secreta. Y en el centro de todo estaba un hombre de personalidad extrema y una habitación de color extraño.

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Una puerta sin nombre, un proyecto sin rostro
A mediados de 2004, Apple tenía un problema. El iPod dominaba el mundo pero Steve Jobs ya intuía un cambio: los móviles iban a comerse a los MP3. Blackberry hizo sus mejores años después de existir el iPhone, que nació como un iPad con pantalla más pequeña. Lo llamaron Skankphone.
El caso es que la respuesta debía ser radical. El tiempo apremiaba —solo hay que ver lo que tardaron en dar forma a la pantalla— y no bastaba con poner iTunes en un teléfono. Había que hacer un dispositivo completamente nuevo, algo que no existía y con el "multitouch" por bandera. Y para eso necesitaba una célula rebelde dentro de Apple. Un grupo tan aislado, tan secreto, que ni siquiera otros empleados sabrían de su existencia.

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Scott Forstall fue el elegido. Exjefe de software de Mac OS X, Scott era ambicioso, brillante, obsesionado con el detalle. Alguien en quien Steve Jobs confiaba al máximo. Y Forstall aceptó pero puso una condición: autonomía total. Y "dame a quien yo quiera y déjame esconderme donde nadie pregunte".
Así nació Proyecto Púrpura. Literalmente Purple Project. Su sede: una puerta anodina en el segundo piso del Infinite Loop de Apple. Sin nombre, sin logotipo y sin ventanas. Para entrar necesitabas autorización especial. Para salir tenías que "borrar tu mente", como los fueri de 'Separación'. Figuradamente, se entiende, pero la persecución judicial que te perseguiría sería digna de una serie aparte.
Qué era la habitación púrpura
Forstall, un veterano de 15 años de Apple, tiene una historia con Steve Jobs que se remonta a 1992. Fue cuando Forstall, entonces recién graduado de Stanford, comenzó a trabajar en NeXT, la empresa que Jobs fundó justo después de salir sin contemplaciones de Apple, a mediados de los años 1980. Forstall pronto se convirtió en uno de los lugartenientes de mayor confianza de Jobs. No era un novato, era un ingeniero audaz que desarrolló iteraciones clave de OS X. Por lo tanto, no es sorprendente que Forstall fuera el elegido por Jobs para crear el software que impulsaría el revolucionario dispositivo de Apple. Es decir, el iPhoneOS, hoy conocido como iOS.
Así que se le dio a Forstall plena libertad para gestionar el desarrollo de este software, aunque con una restricción: Steve Jobs le explicó que no podía contratar a nadie externo a la empresa. A cambio, Forstall podía elegir con libertad a quien quisiera, dentro de Apple, para unirse al naciente equipo del iPhone. Y sí, esto se hace en muchas empresas, pero lo que sucedió en Apple fue algo propio de Twin Peaks.

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Scott Forstall se enfrentó al reto de formar un equipo de élite sin revelar la naturaleza del proyecto. Convocaba a los ingenieros más brillantes y les decía que tenían la opción de unirse a algo tan secreto que no podía describir. Les prometía largas horas y sacrificios personales. ¿Quién se suma a algo así? Quienes buscaban desafíos intelectuales y compartían una mentalidad predispuesta a esto, a enfrentarse a retos desconocidos. Y no eran pocos.
A las 2:00 am, con código y paranoia

Los ingenieros reclutados trabajaban hasta las 2 o 3 de la madrugada, alguno dormía bajo sus escritorios. Nadie hablaba de lo que pasaba allí y, según describe el propio Fostall, el ambiente era denso, rallando lo asfixiante. Forstall les animaba a personalizar las paredes con grafitis, a bautizar salas con nombres de películas de espías. Un cartel grande de 'El Club de la Lucha' coronaba la pared sur.
Cada ingeniero tenía su propia historia: había quienes venían de crear QuickTime, otros, de Safari, había diseñadores con experiencia en juegos, en interfaces, en gráficos y todos eran brillantes y empleados de prestigio. Forstall llamaba a esta pequeña secta sus "renegados". Y durante casi dos años, vivieron una experiencia monástica de comer, dormir, codificar y hacer pruebas que recuerda más a lo que veríamos en series como 'Fringe' o la imagen que tenemos de compartimentación y seguridad total propia de la CIA.
Y en el centro de todo, un software llamado Acorn, el germen de iOS, nacido de la base de OS X, pero rediseñado para vivir sin ratón, sin teclado, sin nada salvo los dedos. Famosas son las frases "¿quién quiere un stylus? Tienes que cogerlos, dejarlos, los pierdes... ¡puaj!. En las manos ya tenemos diez stylus", pronunciadas por Steve Jobs en la mítica presentación del iPhone, el 9 de enero de 2007.
No era un trabajo. Era una prueba de fe

Jobs pasaba por la habitación púrpura de vez en cuando y, al parecer, nunca saludaba, solo miraba en silencio. Como un Tyler Durden analizando a sus púgiles para combatir en el Club de la Lucha. No le temblaba el pulso para echar un ojo a un prototipo y decir "esto es basura" o "le falta magia". Otras veces, callaba y se marchaba —el peor silencio, describe Fostall.
Tony Fadell —padre del iPod— también entraba a menudo. Pero él no fue bienvenido porque Forstall y Fadell mantenían una relación enfrentada. Lo llamaban "la guerra civil de Apple". Scott era software y Tony de hardware. Jobs dejó que se enfrentaran adrede. Creía que el conflicto sacaría lo mejor de ellos.
Afuera, Apple seguía funcionando como siempre. Como descifra y describe mi compañero Pedro, 2006 fue un año de transición. Y en esos años se estrenan muchas cosas para justificar muchas ausencias: llegaron un montón de Mac nuevos. Pero la innovación estaba en otro lado.
Y había ingenieros que desaparecían de sus equipos sin explicación. Empleados que se cruzaban por el campus sin mirar o bajando la mirada y diciendo "no puedo contar nada". Era gente que tenía que mostrar sus credenciales cinco o seis veces antes de cruzar a la planta adecuada. Un rumor comenzó a correr por Cupertino: "Hay un proyecto dentro de Apple más secreto que el iPod. Nadie sabe qué es. Pero es grande".
El Proyecto Púrpura funcionó: en enero de 2007, Steve Jobs subió al escenario del Moscone Center y presentó lo imposible: un teléfono sin teclado bajo una coreografía de varios modelos y varias funciones que protegían el efecto maravilla. Todo respondía de una forma tan ágil que parecía magia. Navegador, iPod y teléfono en uno solo. El iPhone había nacido y nadie dijo que era producto de la paranoia, la obsesión y una hermandad secreta que vivió en una caverna púrpura durante casi dos años.
Lo que queda de aquel cuarto púrpura

Hoy, esa sala-dormitorio-laboratorio púrpura ya no existe. Fue desmantelado. Pero todavía se guardan algunos post-its con nombres en clave, planos dibujados a mano, fechas... muchas de estas cosas se han subastado. Otras se guardan con celo.
¿Y Scott Forstall? Ahora viene el tercer acto: fue despedido en 2012. Principalmente por el desastroso lanzamiento de Apple Maps en iOS 6 y su posterior negativa a firmar una disculpa pública por los numerosos fallos de la aplicación. Su firme defensa del skeumorfismo frente a las nuevas tendencias que preferían otros líderes como Jony Ive lo sacó de Cupertino. Había otros problemas subyacentes: su estilo de gestión conflictivo, su incapacidad para trabajar en equipo con otros líderes y las tensiones sobre la dirección del diseño de software. Tim Cook optó por una mayor cohesión en su equipo y consideró que Forstall no encajaba en la nueva Apple.

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Tras su salida, sus responsabilidades se dividieron entre otros ejecutivos: Jony Ive asumió el liderazgo de la interfaz humana (software y hardware), el siempre carismático Craig Federighi se hizo cargo de iOS y OS X, y Eddy Cue se encargó de servicios como Siri y Mapas. Entretanto, Fadell también se fue, de hecho muchos de los ingenieros se dispersaron. Algunos acabaron en startups y otros fundaron nuevas divisiones dentro de Apple.
Pero todos coinciden en algo: nunca volvieron a vivir nada igual. Porque aquello no fue un trabajo, fue una guerra secreta. Algo obsesivo y sectario que dio lugar al producto más importante del siglo XXI —al menos, según algunos historiadores—. Y nadie habló del Proyecto Púrpura en voz alta, como en el Club de la Lucha. Porque la primera regla del Proyecto Púrpura... ya sabes cuál es.
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La noticia La primera regla del iPhone es no hablar del iPhone: Scott Forstall, su Club de la Lucha y el dormitorio púrpura donde nació todo fue publicada originalmente en Applesfera por Isra Fdez .
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