A media tarde, cuando por fin puedo sentarme en el sofá, suelo coger el iPad casi sin pensarlo. Lo enciendo, abro iA Writer y empiezo a escribir. No hay pestañas abiertas esperándome, ni ventanas acumuladas del día. Solo el teclado y un lienzo en blanco en la pantalla. Y, por algún motivo que todavía no termino de explicar del todo, ahí me concentro mejor que en cualquier otro sitio.
Lo curioso es que ese mismo dispositivo que me ayuda tanto a centrarme no termina de encajar en mi flujo de trabajo diario. Sé que para mucha gente ya funciona como un ordenador completo (más con iPadOS 26) y entiendo por qué, pero en mi caso siempre acaba faltando algo. Pese a ello, cuando necesito escribir sin distracciones, vuelvo al iPad. Es sencillo, cómodo y, al menos en eso y a mi juicio, funciona mejor que cualquier Mac.
No es el más completo. Ni falta que le hace
Me ha costado, pero he llegado a un punto de entendimiento con el iPad. Y lo mío me ha costado, ya que durante años ha sido una herramienta que me autoimpuesto para trabajar. No de forma constante, pero sí a ratos. Y no es que mi trabajo requiera de grandes alardes técnicos y herramientas profesionales altamente exigentes. Es sencillamente que no logro la misma fluidez que con un Mac.
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Aun así, hay algo en él que funciona exactamente al contrario cuando se trata de reflexionar. Si lo abro en el sofá o en cualquier sitio cómodo, siento que me saca del "modo trabajo" tradicional. Aunque lo que pretenda hacer sea trabajar. De alguna forma, es como si redujese el ruido mental que he ido acumulando durante la jornada.
En el Mac soy más rápido, en el iPad soy más claro
Escribir en él no se parece a hacerlo en el Mac. Ni siquiera ahora que hay accesorios de teclado con idéntico mecanismo al de un MacBook. Lo siento menos sistemático. Más directo. No tengo delante el escritorio lleno de carpetas ni varias apps compitiendo por la atención. Solo un lienzo en blanco. Y ese minimalismo, que para tareas complejas me resulta tedioso, para escribir es una maravilla.
Esa dualidad me ha llevado a asumir que el iPad no es menos que un Mac. Sencillamente, es otra cosa. No un sustituto, sino un contexto. Hay días en los que lo desbloqueo y noto que mi cabeza cambia de ritmo, como si la interfaz me invitara a trabajar de forma más lineal. Lo noto especialmente cuando planifico artículos, escribo primeras versiones o intento poner orden a ideas sueltas. En el Mac soy rápido, en el iPad soy más claro.
También hay un elemento crucial en todo esto, y es que el iPad me ayuda a separar espacios mentales. En el Mac que uso la mayor parte del día, suelo tener varias ventanas abiertas casi por obligación. Pero es que incluso cuando trato de emular al iPad dejando solo una, siento que no es lo mismo.
En el iPad puedo aislar una tarea sin que las demás entren por la puerta. Cuando lo uso para escribir, no lo hago porque sea más creativo o porque lo convierta en una especia de ritual, sino porque realmente siento que es más fácil evitar interrupciones (aunque también pasa por desactivar notificaciones).
Precisamente que mi manejo de su interfaz sea menos ágil que la del Mac es algo que juega a favor cuando lo que quiero es un rato sin distracciones, dado que me evita muchas tentaciones al no tenerlas a un click de distancia.
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Y tampoco idealizo el dispositivo. Conozco perfectamente sus límites: ausencia de algunas apps profesionales, menor fluidez de la multitarea, peor coordinación entre herramientas... Incluso cuando Apple mejora las limitaciones, mi rutina ya está demasiado definida para reconfigurarla alrededor del iPad. Pero está bien., porque ya no busco que reemplace mi Mac.
Al final, lo que me ocurre con el iPad es simple: no es mi mejor ordenador, pero sí es mi mejor lugar para pensar. Y eso es suficiente para que siga teniendo un hueco en mi día a día.
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La noticia Puede que el iPad no me resulte suficiente para trabajar. Pero es el mejor para concentrarme fue publicada originalmente en Applesfera por Álvaro García M. .
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