Sí, lo reconozco: soy un fanático del cine al nivel de rodar fan films sobre los efectos del desamor en Darth Vader, al nivel de producir cortos dedicados a la virtualización de la risa en la era digital que ni yo mismo he llegado a entender y documentales sobre la figura más inspiradora que haya tenido en la vida, mi abuelo. Algo llevo dentro que me exige contar historias, comunicar, sentir un lazo de unión con el espectador, o en este caso, con vosotros, lectores.
Semejante panorama nunca viene solo. Además de llevar por bandera a Jack Lemmon o Denis Villeneuve, el videojuego ha sabido atraparme todavía más si cabe. Todo eso que analizo instintivamente en las películas; guión, interpretación, doblaje, fotografía o banda sonora, se extrapola al juego con tanta naturalidad que me duele ver como iconos del séptimo arte no son capaces de reconocerlo.
El cine y el videojuego moderno van de la mano, le pese a quien le pese, y conviene otorgar méritos equiparables en ambas plataformas. ¿Estamos comparando entonces a Miyamoto con Woody Allen? Ni mucho menos, pero aunque parezca todo lo contrario, tienen más puntos en común que en contra.
Enfrascado en el debate de si los videojuegos merecen o no la categoría de arte universal salta la noticia de que ‘Everything’, el enigmático título independiente desarrollado por David OReilly, podría optar a ganar un Oscar tras alzarse como vencedor del Vienna Shorts Festival. Ahí es nada. La estatuilla dorada que artistas de la talla de Bill Murray, Cary Grant o Sigourney Weaver no han llegado ni a oler, puede caer del lado del videojuego.
Y es que aunque el fallo del jurado vienés resulte un atrevimiento, la experiencia interactiva encaja a la perfección gracias a su modo espectador (en el que el juego se maneja de forma automática) y sobre todo, a la brillante narración del filósofo Alan Watts, que nos acompaña como una especia de guía espiritual para geeks.
‘Everything’ ha logrado seguir su esencia fuera del juego (y esto ya es motivo de premio): transformarse en cualquier cosa. Pasar de ser un título llamativo de PS4 a una revolucionaria apuesta en la carrera a la 90ª edición de los Oscars.
Reconocido mi amor por el cine y el videojuego, he de decir que pocas cosas me ilusionan más en el año que esta noche, y semejante noticia, como purista de la gala desde que tengo uso de razón y amante de las consolas desde incluso antes, ni me satisface ni me convence.
Sí, 'Everything' puede evolucionar y convertirse en una experiencia pasiva y contemplativa. Puede también coincidir con un año moderadamente pobre en cuanto a cortometrajes de animación y terminar resultando nominado o, en el más positivista de los escenarios, ganador. Pero si queremos hacer que el videojuego tenga entidad cultural propia y adquiera el peso que se merece, el camino hacia los Oscars es la peor de las jugadas.
Pomposidad, grandilocuencia, controversia, ruptura, exceso,... todo podría funcionar para describir la industria hollywoodiense durante la gala más famosa del cine. Y ahí, entre gigantes de cartón piedra, el videojuego vía cortometraje pasaría a ser una mera anécdota. Un simple "tal vez" en las quinielas de algún cinéfilo que como yo, sienta el juego como esquema importante en su día a día.
Entre gigantes de cartón piedra hollywoodienses, el videojuego vía cortometraje pasaría a ser una mera anécdota
Que 'Everything' haya logrado semejante hazaña es para enmarcar, no hay quien lo dude. El reconocimiento es justamente merecido, y la idea de explotar el lado más cinematográfico del título puede servir de referente para otros muchos juegos que también desean hacer historia más allá de los límites de las consolas.
La maniobra de acercar el videojuego a los Oscars presenta unas intenciones más comerciales que artísticas y me duele especialmente porque por desgracia, no disfrutamos de una gala de premios ni a la altura de la industria, ni a la altura de las obras que año a año hacen engordar nuestras colecciones.
Salvando las distancias, The Game Awards es para los videojuegos lo que los Oscars para el cine, pero con una estrategia de promoción tan agresiva e irrisoria que los premios se han llegado a entregar en pasillos o brevemente tras el anuncio de tráilers o nuevos gameplays. De locos. No hay quién se lo pueda tomar en serio porque ni ellos mismos parten de una premisa respetable e independiente.
Lo que realmente necesita el videojuego (y aquí va la solución) es una plataforma que, con un jurado experto e incontestable, pueda potenciar las mejores obra del año a través de galardones por categorías. Mejor juego, mejor desarrolladora, mejor indie, mejor banda sonora, mejor guión, mejor doblaje... la apuesta no es sencilla, lo sé, pero como amante de ambas formas de comunicación no encuentro solución más acertada y justa para con sus protagonistas.
Como profesional deseo que el público mayoritario reconozca el videojuego como algo profundo y equiparable al cine, la pintura o la literatura. Que sea reconocido como un vehículo capaz de hacernos disfrutar de universos infinitos y llenos de posibilidades más allá de los límites que marquen las modas, y que sea valorado como una plataforma distinta, necesaria y con entidad propia. Por mucho que resuenen campanas de Oscars.
Cada cual con su igual, dice mi señor abuelo, y no puedo estar más de acuerdo.
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La noticia Videojuegos en los Oscars, ¿una anécdota demasiado atrevida? fue publicada originalmente en Vidaextra por Ire Díez .
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